Según un reciente informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas, la agricultura representa casi un 25% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero causadas por la actividad humana, más del doble que la deforestación (10%).

Los cultivos agrícolas suponen además el 40% del uso global de la tierra y el 70% del de agua dulce. A su vez, fertilizantes y pesticidas con alto contenido en nitratos y fósforo terminan en ríos y mares, donde degradan sus frágiles ecosistemas.

El campo y la tala indiscriminada están estrechamente relacionados. El desarrollo en las últimas décadas de la potente agroindustria brasileña –que en 2018 representó el 10% de la producción agrícola global y el 5,6% del PIB del gigante suramericano– se debe en gran parte al voraz apetito del dragón chino y de los tigres asiáticos, importadores netos de alimentos de proteínas de origen animal.

La carne, caloría por caloría, es uno de los alimentos ecológicamente más perniciosos por el estímulo que ofrece a la deforestación. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que de aquí a 2024, el consumo mundial de carne crecerá un 15%.

La región del Cerrado, las sabanas del gigantesco arco que se extienden desde Mato Grosso a Piauí y Maranhão y que hace unas décadas era un bosque húmedo de exuberante biodiversidad, bulle hoy con el rugido de motosierras, cosechadoras y aviones fumigadores que están ampliando la frontera agrícola de Brasil, el primer país tropical en convertirse en una superpotencia agropecuaria, y hoy primer exportador mundial de café, azúcar, cítricos, carne de res y aves de corral y el segundo de soja. Un 60% de las exportaciones agrícolas brasileñas, de 102.000 millones de dólares en 2018, se destina a Asia, por lo que en…