Mientras que los países de Mercosur debaten aún la conveniencia del acuerdo comercial con la UE anunciado en Osaka, los de la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile) en su XIV cumbre, celebrada el 6 de julio en Lima, redoblaron sin asomo de duda su apuesta ‘globalista’, prometiendo a Ecuador convertirse en su quinto miembro pleno en 2020.
A los votantes latinoamericanos los asuntos comerciales suelen importarles poco. Sin embargo, hay pocas cosas que afecten más al tejido y las estructuras económicas y productivas de un país que sus relaciones comerciales. En 1990, por ejemplo, el 60,5% de los peruanos era pobre y la clase media solo suponía el 15,2%. En 2018, tras casi 30 años de apertura comercial, la pobreza ha bajado al 18,5% mientras que la clase media supone el 44,5%.
Sin embargo, en 2013 el Foro de São Paulo, que agrupa a partidos de izquierda latinoamericanos, definió la Alianza –hoy la octava economía del mundo con un PIB de 1,9 billones de dólares– como “un enfoque intervencionista y oportunista para atacar la soberanía de América del Sur”. Mucho ha llovido desde entonces, como muestra la bienvenida del presidente boliviano, Evo Morales, al acuerdo UE-Mercosur, en el que dice ver una oportunidad para su país, que espera integrarse pronto en el bloque.
Un tratado comercial es solo un punto de partida. Para que cree empleo y riqueza, necesita instituciones, reglas de juego y un espíritu emprendedor que no se arredre ante la competencia, es decir, todo lo contrario a las promesas populistas de “poner dinero en los bolsillos de la gente” redistribuyendo riqueza ajena.
En Buenos Aires, Clarín recuerda que el desarrollo reside en un sistema de valores que aliente la competencia, la innovación y la productividad, factores clave para una economía moderna pero que,…