La presidencia semestral de la UE va a dar al gobierno austriaco la oportunidad de marcar la agenda comunitaria con su mayor obsesión, frenar la inmigración irregular y reforzar las fronteras exteriores de la UE.
Esos asuntos hicieron despegar la carrera política de su joven canciller, Sebastian Kurz, hasta llegar al actual estrellato europeo. Su gobierno fue fruto de la coalición entre un partido conservador (ÖVP) y otro de ultraderecha (FPÖ).
Tampoco es casual que Austria haya asumido ese papel. Con 2.526 solicitudes por cada millón de habitantes, se convirtió en 2017 en uno de los países europeos con mayor proporción de demandantes de asilo, detrás de Grecia, Chipre y Luxemburgo. La inquietud de los austriacos por ese fenómeno llevó a la victoria de un ÖVP muy escorado a la derecha en las últimas legislativas. La formación de un gobierno de coalición con el FPÖ cayó luego por su propio peso.
En 2011, como secretario de Estado de Integración, Kurz impulsó una iniciativa para prohibir la financiación extranjera de mezquitas. En junio fue un poco más allá y ordenó el cierre de siete de ellas donde sus imanes hacían proselitismo a favor del islam político.
Su abierta oposición a la política de Willkommenskultur (cultura de bienvenida) de la canciller Angela Merkel durante la crisis migratoria de 2015, y sus exitosas gestiones en 2016 para cerrar la ruta de los Balcanes, que atravesaban los refugiados sirios para llegar a Alemania, consolidaron la fama de duro de Kurz entre los círculos conservadores y de extrema derecha europeos.
Según el analista austriaco Thomas Hofer, Kurz encarna un nuevo tipo de conservadurismo político que tiende un puente entre el centroderecha y los populismos actuales: “Sus argumentos son populistas, pero van siempre envueltos en el guante de seda de la retórica conservadora tradicional”….