La brusca caída de los índices bursátiles de EEUU de las últimas dos semanas –seguida, como casi siempre, por la reacción automática aunque no justificada, de las bolsas europeas– ha provocado un intenso debate sobre sus razones últimas.
No es para menos. Entre el 29 de enero y el 6 de febrero el Dow Jones cayó un 9,4%. El Nasdaq 100 resistió mejor gracias a Apple, Amazon, Google y Facebook, pero el descenso, el mayor desde 2008, apunta a que no fue una mera corrección. Los analistas perciben unas primeras señales de alarma de los inversores ante la era de Donald Trump, obsesionado con la desregulación de la economía y las bajadas de impuestos a los más ricos, políticas que economistas como Martin Wolf consideran irresponsables por su potencial para disparar el déficit fiscal estructural.
Las bolsas llevaban nueve años subiendo sin parar gracias, entre otras cosas, a las laxas políticas monetarias de la Reserva Federal (FED) y la consiguiente abundancia de dinero barato. En ese lapso, el Dow Jones prácticamente se multiplicó por cuatro, desde los 6.000 puntos de 2008 a los 24.300 actuales. Y el Nasdaq 100 escaló de los 2.000 puntos de 2008 a los actuales 7.000. Entre 1970 y 2015 el índice S&P 500 subió una media anual del 8%.
Pero la fuerza de la gravedad es inexorable incluso ante crecimientos de dos dígitos de las compañías cotizadas. Aunque es difícil orientarse en un laberinto de teorías contradictorias y pistas falsas, existe cierto consenso entre los analistas de que el detonante del Sell-Off fue una reacción instintiva ante el exceso de euforia bursátil, que ha representado hasta un 30% del crecimiento de la economía de EEUU en los dos últimos años.
Las bolsas llevaban nueve años subiendo gracias a las laxas políticas monetarias de la
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