Cuando un periodista marfileño le preguntó a Emmanuel Macron cuánto dinero iba a dedicar el G20 “para salvar África”, el presidente francés se refirió en una disquisición intelectual a los desafíos “civilizatorios” que la región debía superar para desarrollarse.
Macron mencionó entre los desafíos los Estados fallidos, el déficit democrático y la explosión demográfica. En Francia y África diversas voces le acusaron de arrogancia eurocéntrica y racismo por evocar la “mission civilisatrice” del imperialismo francés en la llamada Francafrique; de querer ocultar que la pobreza y no la falta de “civilización” es el verdadero problema de África, y de pretender explicarlo todo a partir del supuesto primitivismo de la cultura africana.
En Foreign Policy el escritor nigeriano Remi Adekoya objeta el término “civilizatorio” pero señala que el análisis de Macron es correcto. Las cifras son elocuentes. En 19 de los 54 países africanos la tasa de natalidad es de 5,0 o más hijos por mujer en edad fértil. En 36, de 4,0 o más. En la región subsahariana 233 millones sufren desnutrición crónica. En 1990, 280 millones de africanos vivían en la extrema pobreza. Hoy son 330 millones. Según el Banco Mundial, a ese ritmo de crecimiento demográfico en 2100 el continente tendrá 4.000 millones de habitantes. Por su parte, el Fragile States Index 2017 señala que 14 de los 20 Estados más frágiles del mundo son africanos, con una población conjunta (540 millones) la mitad de la del continente.
En 1989 solo había dos democracias con elecciones libres en la región. En 2007 ya eran 24, pero hoy son 20 después de que países como Níger o Mozambique regresaran al autoritarismo. Además, siete de los 10 presidentes con más años en el poder son africanos. La suma de estos factores termina casi siempre fomentando el extremismo, provocando guerras…