Las protestas del 12 de junio en un centenar de ciudades rusas, desde Kaliningrado a Vladivostok, las mayores desde 2011-12, han sido la primera señal significativa de descontento social con el autoritarismo y la corrupción del régimen de Vladimir Putin desde la anexión de Crimea en 2014.
La oleada de nacionalismo desatada entonces ha permitido al Kremlin ocultar los problemas económicos provocados por la caída de los precios del crudo. Aunque su aprobación aún ronda el 80%, la popularidad de Putin ha comenzado a declinar.
En 2016 hubo alrededor de 200 grandes protestas en el país por cuestiones laborales, un 34% más que en 2015, según el Centro Levada de Moscú. Alexei Navalny, abogado de 41 años que se ha eregido como líder de la oposición, no ha tardado en capitalizar el fenómeno, redoblando sus denuncias contra el enriquecimiento del círculo interno del régimen. Su video difundido en YouTube revelando la fortuna y propiedades del primer ministro, Dmitri Medvédev, ha sido visto 20 millones de veces desde el 2 de marzo.
Si las autoridades permitieran a Navalny presentarse a las presidenciales de marzo de 2018, seguramente no obtendría más del 10% de los votos. Pero su objetivo no es tanto impedir un cuarto mandato de Putin como unir a una oposición muy fragmentada para obtener representación en la Duma federal, dominada hasta ahora por la oficialista Rusia Unida y sus partidos satélite.
En la manifestación de Moscú, en la que participaron entre 5.000 y 100.000 personas, según las distintas fuentes, Navalny reunió sobre todo a los jóvenes, lo que revela un cambio generacional clave en la composición social de los grupos opositores, que se organizan e informan a través de las redes sociales, y que el Kremlin controla menos que los grandes medios.
Las protestas de 2011-12 contra…