Airbnb, la plataforma digital fundada en 2008 en San Francisco por dos diseñadores industriales, Joe Gebbia y Brian Chesky, y un ingeniero informático, Nathan Blecharczyk, fue creada para alquilar habitaciones y viviendas privadas a través de Internet ofreciendo un servicio de intermediación.
La idea original era poner en contacto a los propietarios con sus potenciales clientes a cambio de una comisión (entre el 6% y el 12%) y una cuota fija a los arrendatarios listados en su web, que supone el 3% de sus ingresos. Los fundadores tardaron en darse cuenta del potencial del negocio, que no pasó desapercibido, sin embargo, a la formidable industria de capital-riesgo que en EEUU ha financiado las principales start-up de Silicon Valley, desde Facebook a Uber.
Los business angels que se fijaron en la compañía no se equivocaron: hoy Airbnb es la segunda mayor tecnológica no cotizada en bolsa, solo por detrás de Uber, que ofrece vehículos con conductor. Este año Airbnb va a ingresar unos 2.800 millones de dólares, un 65% más que en 2016. Y todas las previsiones apuntan a que superará los 8.500 millones en 2020. Desde 2008, unos 150 millones de viajeros se han alojado en los tres millones de casas listadas en Airbnb en 191 países, 80 millones de ellos solo en 2016, el doble que en 2015, según la consultora CB Insights.
La compañía dispone de 3.000 millones de dólares para sus nuevas incursiones en otros mercados. En febrero compró por 300 millones de dólares Luxury Retreats, una web de alquiler de residencias de lujo. Chesky, CEO de Airbnb, ha anunciado que este mismo año la compañía saldrá a bolsa. Los inversores estiman que su valor ronda los 30.000 millones de dólares, frente a los 19.000 millones de Hilton o los 35.000 millones de Marriot.
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