La reciente caída del barril de West Texas Intermediate por debajo de los 50 dólares, frente a los 55-60 que alcanzó tras los recortes de la producción acordados por la OPEP en noviembre de 2016 ha demostrado que el cártel ha perdido su antigua influencia sobre el mercado del petróleo, la materia prima más dependiente de la geopolítica global y de las variables de la macroeconomía de la globalización.
Los tanques de almacenamiento de crudo alrededor del mundo están repletos. Los de EEUU superan ya los 8,2 millones de barriles, según el departamento de Energía. Ello se debe en parte a que la industria del petróleo y gas no convencionales (shale) en EEUU está en pleno resurgimiento. El número de pozos explotados por la cada vez más eficiente y productiva industria del shale se ha más que duplicado, desde 248 en mayo de 2016 hasta 513 a principios de marzo, según la compañía de servicios petroleros Baker Hughes. La consultora Energy Aspects estima que en 2008 los inventarios de las reservas físicas mundiales de crudo totalizaban los 150 millones de barriles. Hoy son 250 millones. Así las cosas, no es extraño que las acciones de BP, Royal Dutch Shell y ExxonMobil estén cayendo en bolsa.
Tras una década de innovaciones tecnológicas en la llamada fracturación hidráulica (fracking), incluyendo el uso de pruebas sismológicas de nueva generación y la automatización de varias funciones extractivas, EEUU se ha convertido en el segundo productor mundial con más de nueve millones de barriles diarios (mbd), solo por detrás de Arabia Saudí (9,8 mbd).
Entre 2014 y 2016, Saudi Aramco intentó sacar del mercado a esos nuevos competidores aumentando su producción para deprimir los precios, una estrategia diametralmente opuesta a sus políticas anteriores de recortar la producción para…