La reunión promovida por Rusia, Turquía e Irán en Astaná, capital de Kazajstán, para abordar la crisis en Siria, concluyó con un acuerdo para establecer mecanismos de supervisión del actual cese de hostilidades, pero sin intentar siquiera negociar algún tipo de pacto político, que ha sido elusivo durante las negociaciones auspiciadas por la ONU en Ginebra.
El gobierno de Damasco y los rebeldes sirios, que en la sesión inaugural se encontraron cara a cara por primera vez tras seis años de guerra, no firmaron el pacto, lo que revela la medida en que su destino está siendo decidido por potencias extranjeras. De hecho, la propia reunión fue una señal de cansancio de los antagonistas sirios, que asumen ya que ninguno tiene capacidad para obtener una victoria militar definitiva.
En ese sentido hubo varias señales alentadoras, comenzando por la presencia de los negociadores del gobierno sirio, encabezados por Bashar al Jaafari, y de líderes de grupos rebeldes, como Mohamed al Alloush, miembro de Jaish al-Islam, con presencia real sobre el terreno. A Ginebra, en cambio, han acudido básicamente políticos opositores a los que cierta prensa llama desdeñosamente “rebeldes de hoteles de cinco estrellas”.
Para Rusia, su principal patrocinador, la reunión cumplió plenamente su objetivo: confirmar que Moscú es de nuevo un actor clave en la región. Para subrayarlo, no se invitó a EEUU ni se le concedió ningún papel formal en la reunión, a la que solo asistió como observador el embajador de Washington.
Bombardeos rusos en Siria, diciembre 2016-enero 2017. Fuente: Institute for the Study of War.
Según Nikolay Kozhanov, experto en Oriente Próximo de la Universidad Europea de San Petersburgo, “Siria es más un medio [para una mayor influencia regional] que un fin en sí mismo”. La base naval de…