En un caso de justicia poética –e histórica–, la muerte de Fidel Castro se produjo un día después de la firma del acuerdo de paz “definitivo” entre el gobierno colombiano y las FARC. Una coincidencia que es un buen augurio para el proceso de pacificación colombiano, al señalar ambos hitos el fin de una era y el comienzo de otra, menos marcada por la épica de la violencia política propia de la guerra fría.
El hecho de que la paz colombiana fuera negociada en La Habana no fue casual. Castro tuvo su “bautizo de fuego” a los 21 años en los aciagos días del Bogotazo, los sangrientos disturbios que siguieron al magnicidio, el 9 de abril de 1948, del líder agrario Eliécer Gaitán, a quien Fidel admiraba. Desde entonces, nunca dejó de seguir con atención lo que sucedía en Colombia, mediando en cada conflicto para el que su ayuda era solicitada.
Cuando el presidente Belisario Betancur hizo el primer intento de negociar con las guerrillas, Castro le apoyó y en su libro La paz en Colombia (2006) criticó con dureza los secuestros de las FARC. El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, es consciente, por ello, de la importancia de la ayuda de Raúl Castro para que el acuerdo de paz pueda ser implementado tras su aprobación parlamentaria. El 29 de noviembre, el Senado en pleno, con 75 votos contra cero, dio el primer Sí a la refrendación y un día después la cámara baja hizo lo propio con 130 a favor y cero en contra.
Los 36 diputados conservadores que se oponían al acuerdo abandonaron el recinto, pero el hecho de que el nuevo texto de 310 páginas no haya tenido un solo voto en contra en el Congreso, significa un blindaje político con muy pocos precedentes…