El 9 de septiembre el palacio municipal de Sidney iba a acoger un concierto en homenaje a Mao Zedong por el 40 aniversario de su muerte, financiado por una asociación sino-australiana y grandes empresas con negocios en el gigante asiático, desde hace muchos años el principal socio comercial y principal inversor en el país. Al final, las protestas de otras asociaciones de australianos de ascendencia china y organizaciones de derechos humanos forzaron la cancelación del acto.
El episodio es revelador de la relación que tiene la isla-continente con China, a la que un 43% de los australianos considera el socio más importante de su país, el mismo número que cree que ese lugar le corresponde a EEUU, un país con el que Australia ha luchado en sucesivas guerras desde la Primera Guerra mundial a las de Irak y Afganistán.
La ministra de Exteriores australiana, Julie Bishop, reconoce el dilema que supone optar entre seguridad y prosperidad: “Es la primera vez en nuestra historia que nuestro mayor socio comercial no es un país aliado”. En los últimos 10 años las exportaciones australianas a China se han quintuplicado mientras que las inversiones chinas en tierras y proyectos de infraestructuras han disparado los precios de la propiedad inmobiliaria. En 2015, Australia firmó un tratado de libre comercio con China y se integró en el Asian Infrastructure Investment Bank (AIIB), financiado por Pekín.
Los carteles y periódicos en mandarín son hoy ubicuos en las ciudades australianas. Según una investigación de la Australian Broadcasting Corporation, ríos de dinero fluyen a las arcas de los partidos políticos provenientes de compañías con vínculos comerciales con China. Pero en los últimos meses, el gobierno de Canberra ha vetado, por razones de seguridad, la venta del mayor holding de terrenos privados del país y de Ausgrid…