Hace más de un año, el grupo terrorista más importante de Europa, el ejército de liberación irlandés (IRA), anunció un cese unilateral de sus actividades. El IRA había decidido que su objetivo era contribuir a un proceso de conversaciones, que comenzarían de inmediato, para bus-car soluciones permanentes al conflicto de Irlanda del Norte. Este anuncio era el final de una serie de gestiones, iniciadas en el más absoluto secreto, en las que se habían implicado los gobiernos británico e irlandés, los dirigentes católicos del Ulster, el SDLP liderado por John Hume, y los radicales protestantes.
El comunicado del IRA tuvo cierta repercusión en España. Con buena fe unos, con intereses oscuros otros, con desconocimiento de la realidad irlandesa casi todos, se apresuraron a señalar que el camino abierto podría servir para buscar una solución al problema del terrorismo vasco. Incluso hay quien ha llegado a comparar los problemas del País Vasco con los de Irlanda del Norte, en un intento de legitimar algunos planteamientos nacionalistas.
A pesar de los intentos por establecer comparaciones entre el viejo y casi superado problema entre irlandeses y británicos, y en concreto en Irlanda del Norte, con el contencioso vasco, no vemos posible la menor aproximación entre ambos conflictos. Tratar de comparar ambas situaciones es como comparar el problema de los lapones con las tribus zulues en África del Sur. Irlanda y el País Vasco no son lo mismo.
Avalar como solución para el terrorismo vasco los mecanismos puestos en marcha para desactivar el conflicto entre el nacionalismo irlandés, que aspira a la unificación política de la isla, las aspiraciones de los protestantes irlandeses, que no quieren romper con Gran Bretaña, y los gobiernos de Londres y Dublín, obligados a desactivar un grave problema en su patio trasero, resultaría risible si no tuviera como telón…