Ninguna de las opciones utilizadas hasta ahora por Estados Unidos ha servido para apaciguar a la República Islámica de Irán y lograr su fundamental cooperación en la defensa de intereses comunes, entre ellos la estabilidad de Irak y Afganistán.

Nueve años de lucha continua en Afganistán e Irak y la desaparición de los regímenes talibán y de Sadam Husein han favorecido estratégicamente la posición de Irán en la región. El papel de Estados Unidos en Oriente Próximo y Asia Central y meridional ha aumentado por su abrumadora presencia militar y su capacidad de influencia política sobre muchos gobiernos de la zona. Sin embargo, la pacificación y estabilización de la región no se han conseguido, a pesar de los esfuerzos diplomáticos, militares y humanitarios, y su consecución sigue siendo prioritaria sobre cualquier otro punto de las agendas internacionales. En este objetivo, Irán desempeña un papel fundamental pero controvertido al mismo tiempo. Las percepciones que desde dentro y fuera del país se tienen sobre el mismo difieren diametralmente e impiden que la diplomacia internacional logre sus objetivos finales.

El mayor impedimento para que Irán pueda ejercer un liderazgo regional reconocido internacionalmente con efectos positivos en la zona ha sido y es su conflictiva relación con EE UU desde 1979. La preocupación de las presidencias estadounidenses sobre los efectos internacionales negativos de la Revolución Islámica les ha llevado a utilizar diversos mecanismos para tratar con Irán en los últimos 30 años: contención, disuasión, diplomacia e intervención indirecta. Hasta hoy no se ha descartado la intervención militar, aunque nunca ha habido un enfrentamiento directo entre ambos países ni acciones militares patrocinadas por EE UU contra Irán. No obstante, ha existido un enfrentamiento perdurable que ha derivado principalmente en una serie de sanciones unilaterales y multilaterales hacia Irán, entre ellas la ILSA (Iran-Libya Sanction Act)…