Creo que fue en uno de esos encuentros organizados por uno de los activos think tank al uso, donde oí decir a Shlomo Ben-Ami una de sus clarividentes frases, dirigidas al centro de la diana: [Benjamin] «Netanyahu confunde a propósito el alcance de las amenazas. Una cosa son las amenazas existenciales y otra muy distinta las amenazas estratégicas. Frente a una amenaza existencial se reacciona; ante una amenaza estratégica, se negocia. El dossier nuclear iraní no es una amenaza existencial. Es estratégica».
Estoy seguro de que el encuentro del que hablo debió producirse allá por 2012, fecha en la que Irán debería haber tenido ya la bomba desde 2010, como vaticinaban diversos expertos de ambos lados del Atlántico. La cosa no parecía haber sido así, aunque ciertamente las instalaciones de Natanz, la necesidad de clarificar el pasado, el aumento de los kilos de uranio enriquecido, la actividad de las centrifugadoras y las facilidades de Arak, no proporcionaban tranquilidad y dejaban en el tintero mucha información que requerir de Teherán.
Hoy ese retrato de la realidad política pertenece al pasado. El gobierno de Hasán Rohaní en Teherán y el acierto negociador del ministro de Asuntos Exteriores, Javad Zarif, han contribuido al cambio. El esfuerzo diplomático del G5+1 permitirá varias cosas, pero básicamente verificar intenciones y comprobar el grado de cumplimiento de lo pactado. Se abordarán los límites a la capacidad de enriquecimiento y al stock de uranio; Natanz quedará sin instalaciones de enriquecimiento; Fordo será un centro tecnológico y Arak no producirá plutonio de calidad militar. En todo acuerdo de desarme o de control de armamentos –y este aunque no lo sea se lo parece mucho–, la verificación es clave. Y aquí es la pieza central de lo que se está pactando.
De esta manera, la “amenaza estratégica” es la que…