POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 96

Un soldado de la marina estadounidense retira un cartel del presidente iraquí Sadam Husein en Safwan, Irak/GETTY

Irak: la impostura de la ocupación

EEUU ha cometido un error al querer reconstruir Irak a su imagen y semejanza. Irak parece estar ahora a la deriva de un conflicto civil interno y de radicalización, al tiempo que genera mayor inestabilidad en la región.
Gema Martín Muñoz
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Según el guión defendido en las postrimerías de la invasión de Irak por el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, y elaborado por los responsables del Pentágono, una vez derrocado el régimen de Sadam Husein, los soldados americanos serían recibidos como liberadores por las masas iraquíes y la reducción de tropas podría llevarse a cabo en un periodo breve, mientras rehacían políticamente Irak, el petróleo fluía en abundancia, el país se abría a unos lucrativos negocios y Oriente Próximo encontraba el camino de la paz y la estabilidad. Las Naciones Unidas eran calificadas de “irrelevantes” al no dar su aval a la invasión, y el unilateralismo, acompañado de un indisimulado desprecio hacia quienes rechazaron unirse a la invasión, vivía días de euforia. En tan sólo unos meses ese guión se ha hecho pedazos ante la constatación de que la realidad distaba mucho de la prospectiva defendida por Washington.

La guerra fue, en efecto, rápida y fácil, tanto porque el régimen iraquí ni tenía armas de destrucción masiva ni representaba ninguna amenaza militar para nadie tras doce años de draconianas sanciones, armamentísticas y económicas, como porque la sorprendente rendición de Bagdad y la autodisolución de la guardia republicana permitieron evitar una guerrilla urbana que hubiese prolongado y ensangrentado el enfrentamiento bélico. Esta inesperada situación sigue sin respuesta, si bien todo indica que hubo un pacto secreto entre invasores e invadidos cuyos términos aún se desconocen.

El fracaso de la posguerra tiene dos vertientes: una derivada de la deslegitimación progresiva de las causas que oficialmente se presentaron como justificación para la invasión; y otra por la falta de planificación de dicha posguerra, fruto de una combinación de ideología, ignorancia y arrogancia.

La falta de credibilidad de quienes defienden una guerra preventiva en función de argumentos falsos, ha colocado al orden internacional en una situación de precariedad y caos. La manipulación de los informes de los servicios de seguridad (con respecto a unas supuestas armas de destrucción masiva que podían poner al mundo bajo peligro inminente, incluso en tan sólo “45 minutos”, y en lo relativo a los igualmente supuestos lazos del régimen iraquí con el terrorismo de Al Qaeda), y la sustitución de los mecanismos internacionales de inspección de armamentos por un equipo controla- do por los propios invasores, ponen en evidencia la falta de fiabilidad de la superpotencia y sus aliados a la hora de justificar sus decisiones políticas.

Tras vilipendiar a los responsables de la inspección de armas de la ONU, EE UU y Reino Unido crearon de manera unilateral su propio equipo de 1.400 inspectores para “encontrar” las armas de destrucción masiva que ni Hans Blix ni Mohamed El Baradei hallaron. Ellos tampoco las han encontrado, pero lo realmente importante en esta cuestión es negar toda legitimidad a esa inspección, cualquiera que sea el resultado de su búsqueda, porque ha sido constituida de manera ilegal, sustituyendo a los legítimos responsables de las Naciones Unidas para llevar a cabo la inspección. Cualquiera que sean sus conclusiones deben considerarse, por principio, nulas.

Ante las dificultades crecientes en que se encuentran las fuerzas ocupantes en Irak, EE UU ha iniciado una aproximación hacia la “irrelevante” ONU a la búsqueda de apoyo económico y militar. El problema está en que Washington no manifiesta la más mínima intención de modificar el marco de la ocupación, sino que sólo busca que le ayuden a asumir el coste de su mantenimiento.

Independientemente de la suma astronómica que supone esa aventura colonial norteamericana que nadie ha aprobado, o incluso algunos han rechazado activamente, no es difícil suponer que enviar tropas a Irak colocaría a sus soldados en la misma situación de vulnerabilidad que viven los norteamericanos frente a la resistencia armada iraquí. Si no se da credibilidad a la ONU como responsable de una fuerza internacional de pacificación e intermediación a favor de la rápida devolución de la soberanía a los iraquíes, en el marco de un proceso democráticamente fiable, el cambio puramente nominal de coalition troops (tropas de la coalición) a UN peace-keepers (tropas de mantenimiento de la paz de la ONU) bajo mando político y militar norteamericano no serviría más que para reforzar la imagen de la ONU como apéndice de la fuerza ocupante.

En realidad, las Naciones Unidas, y su secretario general, Kofi Annan, se encuentran sometidos a grandes presiones y dilemas internos, al margen de los derivados por la división en el seno del Consejo de Seguridad. La muerte de los funcionarios de la ONU en Bagdad, a consecuencia del atentado cometido el 19 del pasado agosto, ha intensificado la opinión general de los funcionarios de la organización de que seguir en Irak en las circunstancias actuales es inmantenible, y más cuando sus responsables en Bagdad, como Sergio Vieira de Melo y Nadia Yunis, estaban lejos de apoyar a Washington en su ocupación de Irak.

EEUU y Reino Unido necesitan que, al menos, la ONU siga garantizan- do el programa “Petróleo por alimentos” del que viven –aún en condiciones precarias– muchos iraquíes, pero los funcionarios de las Naciones Unidas no quieren ser confundidos por los iraquíes con las tropas de ocupación porque les coloca en una situación de alto riesgo, tal como se comprobó en el atentado de agosto. Éste tuvo lugar unos días después de que la ONU aprobase la resolución 1500 en la que se daba discretamente la bienvenida al Consejo de Gobierno Iraquí (CGI) nombrado por la Autoridad Provisional de la Coalición (APC), Paul Bremer, calificándolo como “un importante paso” en la dirección de una entidad soberana reconocida internacionalmente. La manipulación de las interpretaciones al servicio de la propaganda llevó a los “chantres” del Pentágono a declarar a bombo y platillo lo que no era cierto: que la ONU legitimaba así la invasión y ocupación, contribuyendo a extender la idea de laamalgama entre ONU y ocupación que no fue ajena al ataque contra el edificio de la organización.

Hay que tener en cuenta además que esta confusión lo que hace es profundizar en un ambiguo sentimiento existente entre los iraquíes con respecto a la ONU, dado que está aún vivo el recuerdo entre muchos de ellos de que las Naciones Unidas fueron durante doce años el aval del embargo por el que se sometió a toda la población a un injusto castigo colectivo. Por ello, la ONU necesita ante todo recomponer su credibilidad en este país para poder desempeñar cualquier papel en condiciones de seguridad, y si, por el contrario, a esta memoria social ya existente se le une su integración en cualquier proceso bajo control norteamericano, la amalgama con los ocupantes tendrá consecuencias negativas sobre el terreno para la ONU.

Por otro lado, el acercamiento de EE UU al Consejo de Seguridad buscando una nueva resolución ha respondido a unos objetivos evidentes: lograr dinero y tropas de otros países, los cuales ponen como condición actuar bajo palio onusiano; conseguir que la ONU asuma la parte civil de la ocupación; diluir el fracaso de la posguerra con una cobertura internacional que ayude a Bush a ganar las elecciones. Lo que ofrece a cambio es colocar la ocupación bajo mandato de la ONU, manteniendo todo el con- trol militar, político y económico. Lo sorprendente es que Washington no entienda la falta de entusiasmo que provoca en la comunidad internacional su oferta.

 

«El proyecto de Estados Unidos para Irak es el de convertirlo en un nuevo Estado-cliente»

 

La resolución 1511 aprobada recientemente por el Consejo de Seguridad en nada modifica esta situación. Es más, la complica porque, si bien no legitima de ninguna manera la ocupación, crea la ambigüedad de colocar bajo palio onusiano una fuerza multinacional militar que sigue dominada por la fuerza ocupante.

Y esa falta de entusiasmo no es sólo porque el control norteamericano del proceso significa el establecimiento de un verdadero feudo económico (dos ejemplos: el fondo de desarrollo iraquí, creado por la APC encargado de gestionar los ingresos del petróleo para la reconstrucción, está siendo una sucursal de las compañías americanas vinculadas a la Casa Blanca como Halliburton y Bechtel; y las licencias de telefonía móvil que tienen que adjudicarse en los próximos meses están siendo objeto de una enorme presión por parte de las empresas americanas para que se aplique su sistema tecnológico frente al europeo, a pesar de que ello dejaría a Irak sin comunicación posible con todos los países de la región, que utilizan este último sistema), sino también porque la acción político-militar que está realizando Washington es altamente contraproducente para la estabilidad del propio Irak y de todo Oriente Próximo.

 

Un proyecto neocolonial

Desde la guerra del Golfo de 1991, Oriente Próximo ha experimentado una profunda transformación a favor de un nuevo orden hegemónico norteamericano, que ha favorecido su acceso a las riquezas del subsuelo de la región, le ha permitido la expansión de su presencia militar en Arabia Saudí y los países del Golfo y ha ido forjando una gran dependencia de los regímenes árabes de EE UU. Esos regímenes, con un déficit de legitimidad creciente ante sus sociedades, comprendieron que el nuevo orden estadounidense les garantizaba el apoyo de Washington siempre que asumiesen su proyecto estratégico (acuerdos militares y de seguridad, aceptar la situación en que quedase sometido Irak y apoyar las negociaciones de paz palestino-israelíes de acuerdo con las reglas del juego impuestas por Israel y EEUU). A cambio, esos regímenes reciben apoyo político, ayuda económica (con la determinante influencia de Washington en el Fondo Monetario Internacional) y “carta blanca” para gestionar la disidencia de sus sociedades con los métodos represivos que consideren necesarios para seguir perpetuándose en el poder.

Esta situación ha instaurado un sistema de “Estados-cliente” de EE UU en Oriente Próximo que ha anulado cualquier capacidad de acción conjunta por parte árabe para defender intereses regionales o ser fuente de estabilidad en la región. La parálisis mostrada por los países árabes ante la decisión estadounidense de invadir Irak, limitándose a un ejercicio retórico en la cumbre de la Liga Árabe de 1 de marzo de 2003, en la que sólo se atrevieron a afirmar que no sentían que Irak fuese una amenaza y, por tanto, no desearían una guerra, fue la más clara indicación de la incapacidad árabe de controlar su propio devenir político y el de la región. La aceptación el 9 de septiembre de que el CGI designado por la fuerza invasora ocupase el puesto vacante de Irak en la Liga Árabe, recibida con gran entusiasmo por el portavoz de la Casa Blanca, fue otro ejemplo de la tutela ejercida por Washington sobre los Estados árabes. El proyecto estadounidense para Irak es, de hecho, convertirlo en otro Estado-cliente sin cuya integración dicho proyecto neocolonial sería muy imperfecto ya que es la principal potencia árabe por sus dimensiones demográficas, energéticas y acuíferas.

No obstante, llevar a cabo con éxito dicho proyecto en Irak a través de una invasión y ocupación militar desafiaba la lógica y el conocimiento de la historia, lo que presagiaba el fracaso de la posguerra. De los errores ya constatados, el
principal ha sido suponer que iba a ser un proceso fácil y rápido, cuando lo que ha ocurrido ha sido una reacción inmediata a la ocupación a través de una fuerte resistencia armada. La historia enseña que todo proceso de ocupación colonial engendra resistencia, por supuesto política, pero también armada. E incluso la determinación final de recurrir a atentados terroristas. La particularidad del caso iraquí ha sido la inmediatez con la que esa resistencia se ha expresado, y ello no es ajeno a la intensa acumulación de opresión, injusticia y castigo padecido por este país hasta desembocar en una invasión y ocupación. La intensidad de la reacción ha sido directamente proporcional a la intensidad de la humillación y la injusticia.

La arrogancia combinada con la ignorancia han sido el origen del gran error estadounidense de querer situar a Irak en un punto cero para rehacerlo a su imagen y semejanza. Sin embargo, lo que han conseguido es extender el caos y el descontento de una población, que hoy vive aún peor que antes de la guerra (inseguridad, anarquía, pauperismo extremo), a lo que se añade el menosprecio diario a la dignidad de los iraquíes. Asimismo, el “memoricidio” al que se ha sometido a estos ciudadanos, asistiendo, cuando menos, pasivamente a la destrucción de todo su legado cultural y arqueológico e imponiendo una especie de año cero que comienza el 9 de abril de 2003, cuando la famosa estatua de Sadam Husein cayó en la plaza del Paraíso, ha sido un ejercicio de desprecio hacia un pueblo orgulloso y consciente de su patrimonio cultural e histórico, que no podía sino tener también consecuencias violentas contra esa bárbara ocupación.

 

«Israel bombardeó Siria porque se siente con la misma autoridad que EEUU»

 

Con su prepotencia, decidieron no sólo derrocar el régimen sino demoler el Estado y poner en marcha una “desbaazización” radical de la sociedad. Esto no sólo ha generado un vacío institucional que ha derivado en anarquía sino que en un país donde el Estado era ampliamente distributivo, su eliminación ha traído consigo un mayor desempleo. De manera similar, la pertenencia al partido Baaz respondía a diferentes realidades y una de ellas era la de ser obligatoria para aquéllos que querían garantizarse su estabilidad en la función pública sin que de ello se desprendiese una militancia o adhesión al régimen. La “desbaazización” sin matices decretada no sólo ha llevado a muchos al paro forzoso sino que ha supuesto también una pérdida de recursos humanos para la rehabilitación de las instituciones, ganándose el rencor de importantes sectores sociales y militares.

Originariamente el proyecto estadounidense se basaba en el establecimiento de un control político directo del país sin delegación de soberanía alguna a los iraquíes. Para encargarse de ello se nombró a Jay Garner, quien gobernó desde Bagdad con tal exceso de arrogancia que hasta sus jefes del Pentágono lo consideraron contraproducente. Su sustitución por Paul Bremer y la decisión de establecer un CGI fue sólo consecuencia, y reconocimiento implícito, de su incapacidad para controlar la situación. Sin embargo, dicho CGI ha representado una transferencia nominal más que real.

Toda esta acumulación de acciones y actitudes ha sido el motor que ha reactivado la resistencia anticolonial por todo el país. Esa resistencia es nacionalista y probablemente esté fragmentada en diversos grupos y grupúsculos, entre los cuales se cuentan miembros vinculados al antiguo régimen pero sin que el “sadamtismo” represente a ese movimiento de resistencia. Sadam Husein y su régimen están políticamente muertos y no representan la alternativa de la resistencia. Asimismo, esa resistencia es básicamente iraquí y no son de recibo los intentos de la administración Bush y sus seguidores de trasladar a Al Qaeda o a muyahidin externos las causas de sus dificultades en Irak, en un intento por traducir su ocupación en un frente central de su cruzada contra el terrorismo. La artimaña de querer reducir lo que ocurre hoy en Irak a un problema de terrorismo internacional que ignore las causas de una violencia que no existía hasta que la ocupación ha tenido lugar, es un ejercicio disuasorio para tratar de exculparse de las responsabili- dades de dicha ocupación y la violencia que desencadena. El peligro está en los intereses que pudieran existir para que ese escenario se produjese.

Por otro lado, el precedente sentado por la superpotencia de lanzar unilateralmente una guerra o ataque preventivo siguiendo sus propios criterios e intereses ha potenciado los riesgos de enfrentamiento bélico en la región, dado que su gran aliado, Israel, se siente con autoridad para reproducir el comportamiento de su valedor. Por primera vez en treinta años el gobierno de Tel Aviv se ha permitido bombardear territorio sirio violando todo principio de legalidad y utilizando los mismos argumentos que su aliado, lo que anuncia el militarismo creciente y demoledor que la invasión de Irak ha abierto en esta región y la inevitable contrapartida violenta que ello va a alimentar. Oriente Próximo en vez de avanzar hacia la estabilidad se encuentra en una situación de grave empeoramiento.

 

Dominación ‘vs’ democracia

Todo proyecto de dominación integra el discurso de la democracia como elemento de autolegitimación, pero el autoritarismo y las elites cooptadas son sus principales aliados. EE UU ha decidido invadir y ocupar Irak para conseguir otro Estado-cliente en la región y, por tanto, difícilmente sus planes evolucionarán a favor del establecimiento de un Estado democrático, eficaz y soberano que defienda con independencia sus intereses y que, además, sirva de modelo para los países vecinos (lo cual tampoco desean en absoluto los que gobiernan en dichos países).

La manera y los criterios que han presidido la designación del CGI, cuya constitución ha respondido principalmente a las necesidades de la administración Bush por presentar algún logro en la reconstrucción de Irak ante la ausencia de progresos en cualquier otro ámbito y la intensificación de la resistencia, indican las insuficiencias democráticas que van a presidir el proceso inspirado por Washington. Los veinticinco miembros que lo componen han sido fruto de la negociación entre la APC y un número limitado de grupos políticos y personalidades iraquíes que EEUU ha seleccionado. En un principio, Bremer se proponía simplemente crear un comité consultivo, pero la oposición por parte de algunos de los grupos implicados (sobre todo de los chiíes) y el deterioro constante de la seguridad en el país le convencieron de revisar su plan original.

Por un lado, EEUU ha dado prioridad a aquellos grupos del exilio con los que lleva relacionándose e incluso financiando desde mediados de los años noventa, conocidos como el “grupo de los Siete”,1 frente a los actores internos, los cuales a su vez han ejercido una importante presión para que se impidiese la participación de estos últimos. Así, se da el caso de que Ahmad Chalabi y su Congreso Nacional Iraquí (CNI), estrechos aliados del Pentágono que llegaron a Irak arropados por los tanques norteamericanos, y que constataron inmediatamente su total falta de apoyo social entre los iraquíes, es uno de los miembros del CGI. Chalabi es un millonario cuyas actividades ilegales le han llevado a estar perseguido por la justicia en Jordania por un fraude en el Petra Bank (¡qué excelente imagen la del nuevo Irak con un hombre condenado por estafa en el país vecino!) Además es un perfecto desconocido para los iraquíes ya que desde los nueve años nunca había estado en Irak antes, sino que además procede de una elite desprestigiada, si no odiada, por su papel en la historia del país. Su familia perteneció al pequeño grupo de chiíes integrados en la monarquía, para representar el muestrario oficial que aparentaba la integración de éstos en el sistema, a cambio de lo cual gozaron de enormes privilegios educativos y socioeconómicos a los que no tenían acceso los
demás chiíes, como tampoco la inmensa mayoría del resto de la población. Por su parte, el grupo de Iyad Allawi está constituido por militares y miembros de inteligencia provinientes del régimen iraquí que han contado siempre con el apoyo de la CIA.

A ello se une, no sólo una disparidad enorme en la concepción de la evolución política de Irak entre ellos (el CSRII mantiene una posición firme a favor de la evacuación rápida de las tropas norteamericanas, mientras Chalabi alaba los beneficios de la liberación estadounidense del país), sino que además han hecho gala de un comportamiento que transmite su mayor preocupación por competir por el poder que por elaborar una visión a largo plazo del país. Es más, incapaces de consensuar un representante del CGI, acordaron un sistema rotatorio por orden alfabético árabe que no ha contribuido a generar credibilidad entre la población.

 

«Washington muestra una visión simplista de la diversidad y complejidad social iraquí»

 

Otras cuestiones de tipo simbólico tampoco han ayudado a conectar al CGI con el pueblo. Su primera decisión fue declarar el 9 de abril de 2003 (día en que cayó Bagdad) como fiesta nacional, lo cual fue bien recibido en EE UU y pésimamente asumido por los iraquíes para quienes el 14 de julio de 1958, hasta entonces su fiesta nacional, es una fecha histórica que conmemora el derrocamiento de la monarquía y el comienzo de su verdadera in- dependencia con respecto a Reino Unido. La dimensión del error fue tal que el CGI tuvo que hacer una declaración diciendo que el 9 de abril es una de las fiestas nacionales de Irak.

Si bien el CGI cuenta con algunos poderes ejecutivos, relativos a los presupuestos nacionales y a la designación de ministros, Bremer se reserva el derecho de veto a sus decisiones. Aunque han nombrado un ejecutivo y la nominación de los diferentes ministros entre ellos (cada miembro del CGI ha designado a uno), cada ministerio ha quedado bajo la supervisión de un “asesor” de la APC. A todo lo cual se une un problema de procedimiento que se ha caracterizado por la opacidad, lo que no ha hecho sino aumentar el sentimiento de sospecha entre los iraquíes de que son incapaces de gobernar conjuntamente y de manera autónoma. Y los hechos así lo muestran.

El 12 de agosto el CGI nombró una Comisión Nacional Constitucional destinada a “movilizar a todos los segmentos de la sociedad para decidir el mejor mecanismo para la elaboración de una Constitución”. Pero el secretismo que ha caracterizado a dicha comisión y la falta de transparencia con respecto a sus trabajos, está reforzando la certeza de los iraquíes sobre su falta de independencia. Ni siquiera se conocen con seguridad los miembros de dicha comisión, si bien lo que se sabe no augura buenos presagios. Pare- ce ser que uno de ellos es Kanan Makiya, quien, perteneciente al grupo de Chalabi, se distinguió antes de la guerra por su apoyo incondicional a Washington y por su defensa de la invasión.

Todo ello muestra que las directivas de la recomposición política de Irak no van encaminadas a arrancar un proceso que verdaderamente sea nuevo y creíble para los ciudadanos iraquíes, lo cual exige la elección de una Asamblea Constituyente para elaborar la nueva Constitución, dado que su memoria histórica está dominada en negativo por procesos políticos en que las constituciones las han elaborado “comités de sabios” seleccionados por las fuerzas dominantes o hegemónicas. Es más, procede del sistema colonial británico que impuso el modelo de nombramiento de un grupo cooptado para elaborar la Constitución de todos, tal como se propone imitar la administración americana.

En conclusión, dominado por las tensiones internas, por una imagen que representa más a los iraquíes del exterior que a los del interior, por su secretismo y opacidad, por su inacción con respecto a cuestiones clave como seguridad, electricidad y empleo, y por su falta de verdadera soberanía, el CGI está siendo visto por gran parte de la sociedad iraquí como una prolongación de la ocupación. Esto, además, puede llevar a algunos de sus miembros a retirarse, como es el caso del SCRII, cuya participación ha estado siempre condicionada a resultados efectivos con respecto a la devolución de la soberanía al país y la evacuación de las fuerzas ocupantes.

 

La peligrosa baza del comunitarismo

Otra de las actuaciones norteamericanas que pone en riesgo la estabilidad política de Irak es su opción por el comunitarismo. Washington y sus seguidores iraquíes del exilio demuestran tener una visión enormemente simplista de la diversidad iraquí y de la complejidad de su sociedad, reduciéndola a un marco estrecho de sectarismo, comunitarismo y tribalismo. Si bien es fundamental que el nuevo Estado siga un modelo descentralizado, es importante que esa descentralización favorezca una interpretación moderna de la diversidad, en vez de afianzar las estructuras más arcaicas del comunitarismo, que es lo que está inspirando EEUU con su modelo de muestrario étnico y confesional representado por elites cooptadas, tal como ha hecho con el CGI sentando un pésimo precedente.

El mismo criterio se ha mantenido en el nombramiento de los ministros, de manera que el ministerio del Petróleo, el de Economía, el de Asuntos Exteriores y el de Interior responden a filiaciones étnicas y sectarias. A lo que hay que añadir que el de Interior es un antiguo miembro de los servicios de inteligencia del anterior régimen con estrechas conexiones con la CIA. Es decir, ninguno de los pasos dados tiene la más mínima semblanza de mandato popular. Sin embargo, las instituciones representativas iraquíes deberían canalizarse a través de partidos políticos de ideología diversa que compitan a través del sufragio universal y en el que el elector no esté obligado a elegir para cumplir las cuotas comunitarias. Ello fomentaría una traducción moderna de las diferentes identidades del país. Por el contrario, el sistema elegido por EEUU de cuotas étnicas y confesionales, que favorece la evolución política de partidos sectarios, no puede sino auspiciar una in- deseada “libanización” de Irak.

A ello se añade la visión errónea, unida a la instrumentalización, que los estadounidenses están aplicando con respecto al equilibrio entre suníes, chiíes y kurdos. De hecho, están alterando ese equilibrio y así potenciando el enfrentamiento entre ellos, situación que no existía en Irak hasta la invasión. Una cuestión es que por el establecimiento de un Estado ultracentralizado y excluyente, kurdos y chiíes hayan estado históricamente enfrentados a los regímenes que representaban ese Estado reclamando su reconocimiento e integración, y otra que haya habido reacciones sectarias entre las comunidades entre sí. Esto último no ha ocurrido en Irak donde las distintas comunidades se han aceptado e incluso mezclado.

Sin embargo, Washington muestra una enorme miopía al respecto reproduciendo el modelo anterior, pero alterando el equilibrio de poder a favor de kurdos y chiíes en detrimento de los suníes. Se está produciendo una visión cada vez mayor entre los responsables estadounidenses de asimilar globalmente a los suníes al baazismo y el sadamtismo, acentuado por el hecho de que en el conocido como “triángulo suní” la resistencia está siendo muy activa. Ésta es una idea errónea, dado que el régimen de Sadam Husein se basó en elites suníes pero no significó en absoluto que todos los suníes fuesen privilegiados ni que fuesen pro-Sadam. Esta actitud antisuní de los norteamericanos no hace sino exacerbar los miedos entre los suníes a ser marginados, lo cual sólo favorecerá el reforzamiento de los sentimientos sectarios y la reacción violenta.

Con respecto a los kurdos, EEUU los ha convertido en sus grandes aliados en Irak permitiendo que se establezcan situaciones legalmente cuestionables y actuaciones autoritarias y sectarias. De entrada, hay que decir, que durante los doce años pasados la región del Kurdistán iraquí ha gozado de la protección táctica estadounidense, que les ha preservado de la catástrofe humanitaria del embargo y les ha permitido un autogobierno que aspiran a mejorar o mantener gracias a la alianza que han forjado con el ejército invasor. Pero el problema está en que esa autonomía polí- tica ha sido un “hecho consumado” permitido unilateralmente por EEUU, al margen de cualquier reconocimiento legal alguno –ni interior, ni regional, ni internacional– y sólo ha respondido a un interés coyuntural estadounidense de garantizarse aliados interiores contra Sadam. La manera anómala e ilegítima en que se ha llevado a cabo este proceso, lejos de resolver uno de los problemas que existen en Oriente Próximo, como es la participación en el reparto del poder de las minorías kurdas atendiendo a sus reivindicaciones nacionalistas, se han sentado las bases para complicar más esa situación.
De hecho, hasta la actualidad, esta región está siendo gobernada de manera arbitraria por los dos partidos kurdos tradicionales aplicando una política que exacerba la convivencia entre kurdos, árabes y turcomanos. Frente a la política de arabización que el régimen de Sadam llevó a cabo en las zonas petrolíferas de esta región se está poniendo en práctica ahora la misma política de limpieza étnica a favor de la “kurdización”, que incluye a árabes y turcomanos. Como la red de identidades es sutil y compleja en Irak, esta situación provoca también reacciones sectarias y de enfrenta- miento intercomunitario de carácter global. Por ejemplo, a finales de agosto los kurdos destruyeron una mezquita turcomana chií que acabó con la muerte de cinco turcomanos y tres kurdos. Por un lado, este episodio provocó la reacción turca, que defiende los derechos de los turcomanos en esa región, vistos a su vez por los kurdos como una quinta columna turca en el Kurdistán, si bien es una población históricamente implantada allí. Pero al ser también chiíes, este ataque fue asumido como general contra el chiismo por parte de sectores chiíes árabes que denunciaron la impunidad kurda consentida por sus aliados norteamericanos. Ésta no es sino una pequeña muestra de las tensiones crecientes y de la deriva sectaria que se está ali- mentado en el Irak de la posguerra.

 

«Irak se encuentra en un limbo que podría derivar en un posible conflicto civil interno»

 

Por su parte, los principales representantes religiosos y los movimientos chiíes iraquíes están manteniendo una posición contenida con respecto a la ocupación estadounidense, dado que, conscientes de que representan al sesenta por cien de la población, Washington les ha permitido un margen de control en el sur de Irak y procura no enajenárselos. Pero esta situación pende de un hilo, ya que su resistencia a la ocupación ha sido políticamente defendida por todos ellos y reclaman la devolución de la soberanía a Irak. En realidad, los movimientos chiíes como el SCRII, el que lidera Murtada Sadr y al-Da’wa son organizaciones bien estructuradas y con gran implantación social, que además cuentan con milicias que garantizan el orden en el sur del país mejor que las fuerzas de ocupación y que no van a consentir su disolución, convirtiéndose en una alternativa al ejército iraquí que están tratando de refundar los norteamericanos. Por el momento, han optado por una no cooperación no violenta con los ocupantes, pero como ellos mismos han expresado en diversas ocasiones su paciencia se termina.

De hecho la tensión crece. Cuando el pasado 13 de agosto un helicóptero norteamericano trató de quitar una bandera heráldica relacionada con la religiosidad chií de una torre en el barrio más populoso y pobre de Bagdad, la revuelta explotó y la cuestión se saldó con la aceptación implícita de los norteamericanos de no patrullar dicho barrio que en su mayoría son fieles al movimiento de Murtada Sadr, líder con gran capacidad de promover la reacción o resistencia, no sólo en esta zona de Bagdad, sino también en Nayaf y Kerbala. Asimismo, el atentado en Nayaf que se saldó con un centenar de víctimas, entre ellas el líder chií, Muhammed Baqr al-Hakim, produjo una reacción chií unánime acusando a EE UU del problema de inseguridad y denunciando que la ocupación estaba haciéndose intolerable. Incluso el portavoz del ayatolá Ali Sistani, uno de los líderes más influyentes entre los chiíes y que a su vez ha sido la voz más moderada con respecto a los ocupantes, declaró que “EE UU no quiere admitir que no puede controlar la situación y reconstruir Irak. Cada día recibimos docenas de solicitudes de iraquíes pidiendo una fatwa contra la ocupación norteamericana y nosotros hemos dicho ‘no’. Pero este ‘no’ no durará siempre”. Esta actitud indica que Sistani siente que puede perder su influencia si no refleja el descontento creciente entre los chiíes y que, por tanto, van identificándose poco a poco con las actitudes mucho más críticas y firmes de Murtada Sadr.

Pero, en lo que no fue sino una huida hacia delante, la reacción norteamericana ante el atentado de Nayaf, alentada vivamente por Chalabi, fue la de lanzar una campaña intensiva en las ciudades y barrios suníes con registros y detenciones indiscriminadas en busca de insurgentes, dirigiendo la carga de la culpa, y sin que nada lo haya demostrado, sobre los suníes, de acuerdo con su estigmatización como baazistas. Conscientes del peligroso riesgo de enfrentamiento interno que ello puede suponer, el propio sustituto del asesinado Muhammad Baqr al-Hakim en la prédica de la mezquita del imán Ali apeló a la prudencia con respecto a dicha persecución.

Todo ello no hace más que indicar que Irak se encuentra en un limbo donde muchos signos señalan hacia una posible deriva de conflicto civil interno, de radicalización de la sociedad en torno a identidades sectarias y aumento de la resistencia.

En realidad, sólo podría enderezarse la situación si EEUU transfiriese la responsabilidad sobre Irak y su transición política a las Naciones Unidas con un mandato dirigido a restaurar lo antes posible la soberanía iraquí, a gestionar los recursos petrolíferos del país a favor de la reconstrucción y creando un fondo internacional bajo control de la organización mundial en el que las diferentes aportaciones se canalizasen a través de ayuda a la cooperación y el desarrollo, pero nunca en torno a una Conferencia de Donantes que se celebra sin que antes se hayan decidido los mecanismos de su gestión, quedando expuesta buena parte de dicha financiación a la opacidad y arbitrio de la fuerza ocupante; y descubriendo en el último minuto que buena parte de esas “donaciones” van a ser préstamos que agravarán la gigantesca deuda exterior iraquí (350 millones de dólares) contraída por un régimen ajeno a la soberanía popular y agravada por la destrucción producida por la invasión militar estadounidense. La cuestión está en decidir qué se debe hacer cuando esto es algo inconcebible para la administración norteamericana, pero nos arrastra a todos hacia una experiencia dominada por la violencia, el militarismo y una grave desestabilización de Irak y de todo Oriente Próximo.