Hace justamente setenta años que José Ortega y Gasset “descubrió” a Ibn Jaldún y éste le “reveló un secreto”: el significado de lo histórico. Valga este recordatorio, ahora, como repetida comprobación de un hecho indiscutible: Ibn Jaldún (Túnez, 1332, El Cairo, 1406), ha sido uno de los escasos pensadores árabes islámicos conocido, estudiado y hasta admirado en la cultura europea contemporánea. Resulta harto infrecuente que ésta encuentre y reconozca dimensiones intelectuales y valores humanistas en la inmensa producción escrita árabe clásica. Una de las pocas excepciones es, precisamente, Ibn Jaldún.
Ibn Jaldún
Córdoba: Almuzara, 1376 págs.
Como todo pensador y escritor enciclopédico, Ibn Jaldún ha planteado numerosas y profundas interrogantes. Ahí es nada: ser historiador, filósofo de la historia, político, sociólogo, autobiógrafo y hasta, quizá, pre-antropólogo y pre-politólogo. Todo ello, en la misma pieza y en un solo formato, aparentemente. Su pensamiento y su obra se verán inevitablemente sometidos, por su propia naturaleza y condición, a constantes y periódicas reconsideraciones y relecturas. No es nada raro que pueda ser tenido como una especie de “contemporáneo”. El caso adquiere seguramente especial importancia y significado cuando se trata de un escritor y pensador enciclopédico, revisado y releído en época de primacía de las especializaciones, analizado y valorado nuevamente por expertos profesionales.
En estas pocas páginas me interesa poner de relieve un aspecto muy concreto de esa renovada e interpretación de la figura y la obra de Ibn Jaldún: como se viene produciendo también, desde hace unas cuantas décadas, con la participación en tal tarea de intelectuales y escritores árabes actuales. Se trata, por consiguiente, de una experiencia de revisión desde dentro, y que brinda por ello un doble interés: no ya sólo el general que siempre tienen las nuevas interpretaciones, sino el particular también que caracteriza a las indagaciones interiores.
Existe seguramente un punto de partida, un acicate, claro e influyente: la figura de Ibn Jaldún puede parecer a los árabes ejemplarmente representativa e identificadora sin necesidad de recurrir a distorsiones, forzamientos ni artificios. Quiero decir que pueden percibirlo, natural y llanamente, como una especie de modelo o referencia patrimonial colectiva en numerosas facetas y situaciones, por lo que su atractivo resulta, en principio, lógico y explicable.
Bastan en principio –insisto en ello– el alto rango y la sólida entidad de la personalidad y la obra de Ibn Jaldún para explicarse el gran atractivo y la admiración, hasta el deslumbramiento en algunos casos, que ha ejercido en la cultura árabe. Incluso ha habido quien, inquieto ante lo que consideraba desmesurada obsesión por el personaje, temeroso de que pudiera llegar a producirse una especie de trauma o de síndrome jalduní, ha pedido que se detuviera la desenfrenada carrera de análisis, estudios y relecturas que provocaba. Está fuera de duda, en todo caso, que Ibn Jaldún ha quedado instalado con toda su autoridad y la alcurnia que un gran clásico reclama y merece.
Porque está claro, ante todo, que Ibn Jaldún no fue solamente un excepcional pensador árabe musulmán, sino también un no menos excepcional testimonio interárabe musulmán. Quiero decir que, dentro de tan vasto y diversificado contexto, es un hecho total y no local; pertenece al todo más que a cualesquiera de sus partes. Dentro del específico conjunto árabe musulmán, como en cualquier otro de similar complejidad y magnitud, actúan tanto elementos y factores estrictamente locales, particulares, cuanto “universales”, generales, englobadores. Esta coincidencia no tiene por qué plantearse ni expresarse, inevitablemente, en términos de oposición ni de mutua exclusión o rechazo… Lo que sí resulta evidente es que los segundos cuentan con mayores posibilidades de alzarse en realidad simbólica a partir de su realidad material. Ibn Jaldún puede ser percibido de esa manera porque pertenece a ese segundo grupo.
La peripecia biográfica puede tomarse como simple anécdota o buscarle y encontrarle, por el contrario, otras señales más significativas. Yo opino, sinceramente, que las hay. Este individuo, tunecino por nacimiento, cuenta también con una remota ascendencia familiar de la más vieja solera árabe (de la propia península arábiga, la “cuna”), trasplantada a Al-Ándalus y arraigada durante siglos en esta nueva morada incorporada al llamado “Occidente islámico”; desde allí emigraría al Magreb. Su vida personal se desarrolló también en los diversos escenarios de ese particular universo, aunque fuera con residencias temporales variables y diferentes: Magreb, Mashreq (Oriente), Al-Ándalus. Permítaseme la observación, que tiene también una intención actualizadora: es tanto un mediterráneo occidental cuanto un mediterráneo oriental; nació en el primer subterritorio mediterráneo, murió en el segundo. En todo caso, un mediterráneo entero, aunque lo sea en versión sureña.
Los estudiosos e investigadores occidentales suelen presentar casi unánimemente a Ibn Jaldún como la gran excepción al agotado, definitivamente exhausto y arruinado, panorama intelectual árabe islámico “bajo-medieval”. Tal afirmación cuenta con importantes pruebas y argumentos, aunque se le dé también, posiblemente, un alcance excesivo y demasiado generalizador. Me interesa observar aquí, simplemente, que sus colegas árabes, aun admitiendo buena parte de esa afirmación, no la toman de manera tan tajante y absoluta. Interviene en ello, posiblemente, y al menos en parte, el hecho indudable de que la investigación occidental es más proclive a la puesta en práctica de lo que podría denominarse “comparatismo superpuesto”, o le concede al menos mayor importancia y participación como exigencia metodológica y referencia analizadora y valorativa.
La ambición intelectual y la lucidez de Ibn Jaldún están fuera de toda duda. Su singular valor testimonial, reflejado no siempre directamente en sus escritos, pero sí subyacente a ellos. De este modo, se tiene interés en situarlo en su época, y entender, en buena parte, su obra como reflejo, consecuencia y respuesta a las inquietudes y desafíos que le plantearía. El ejemplo de Ibn Jaldún puede resultar excepcionalmente valioso porque no fue un pensador teórico, un filósofo de la historia alejado de la realidad social, sino también un hombre de acción, habitual practicante de la administración y la gestión política, de la actividad de gobierno revestido alternativamente de la miseria y de la gloria, del harapo y de la púrpura. Vivió en una época convulsa, de muy dura conflictividad interna y enorme amenaza exterior. Y los árabes vuelven a él, ahora, también en un tiempo no menos convulso, conflictivo y amenazador. El lector atento, informado y sensible encuentra reveladores indicios y reflejos de este dramático paralelismo.
Existe, asimismo, el propósito de resituarlo, de ubicarlo en el lugar que ante todo le corresponde; es decir: en el contexto del pensamiento árabo-islámico. Las interpretaciones que se derivan podrán ir encaminándose, por consiguiente, por vías más coherentes, integradas y entramadas. No pocos de los estudiosos anteriores de Ibn Jaldún, demasiado impresionados seguramente por lo excepcional y ambicioso de su obra, contribuyeron para que llegara a considerársele como un caso aislado, único, carente casi por completo de referencias, vínculos, correspondencias y elementos de engarce y de contraste dentro de la propia y genuina tradición intelectual a la que pertenece. No se va en contra de la “universalidad” de su pensamiento, pero sí se pretende que esa dimensión universalizable no se explique sólo a partir del genio individual, sino también de la tradición a la que pertenece.
No se saque de todo lo escrito hasta ahora la conclusión de que la relectura árabe de Ibn Jaldún es igual y uniforme, carente de diferencias, divergencias o matices. Sería una conclusión errónea. Aquí he tratado de señalar solamente las grandes líneas maestras básicas de interpretación y objetivamente coincidentes en parte. Hay que tener en cuenta, asimismo, que los nuevos estudios jalduníes tuvieron un desarrollo especialmente notable y brillante durante las décadas de los setenta y ochenta, para bajar algo en la siguiente, aunque sean todavía abundantes y destacados. Desisto de poner aquí una cargante e interminable retahíla de nombres, de autores magrebíes y mashrequíes.
Dos últimas y breves indicaciones. No faltan tampoco los estudios que denuncian lo que sus autores consideran actitud plagiaria de Ibn Jaldún, aunque tal denuncia tenga que ver en especial con algunos aspectos de su obra menores o complementarios. Interesa mencionar también que, en diversos textos de creación literaria, Ibn Jaldún es tomado como ejemplo de intelectual ya cansado, acomodaticio y claudicante, sometido al dictamen de la dura realidad política, que impone la miseria del pragmatismo sobre la grandeza de la teoría. Textos ensayísticos del poeta, Saadi Yúsuf o teatrales del dramaturgo, Saadallah Wannús son muy representativos de esta otra faceta de la personalidad y de la obra del egregio pensador, reactualizado. Visto también desde lo acuciantemente vital, y no ya desde lo maduradamente reflexivo.