Multilateralismo efectivo y una relación bilateral productiva con EE UU. Canadá está acostumbrado a equilibrar aspiraciones e intereses. Si la geografía le impone una frontera de 6.400 kilómetros con ‘la potencia’, su voluntad multilateral hace del país un actor internacional clave.
La política exterior y el perfil de un país son únicos y surgen, tanto en términos prácticos como políticos, de su propia geografía y, sobre todo, de sus vecinos, su historia, la composición y las adhesiones de su pueblo y, especialmente, de las preocupaciones del momento. Las comparaciones revelan puntos en común y una visión compartida entre las “potencias intermedias”, como España y Canadá, ambas democracias desarrolladas con una población y un PIB más o menos similares. Generalizando, las aspiraciones suelen asemejarse bastante, mientras que los problemas y los intereses concretos se sienten de una manera más subjetiva.
Durante generaciones de profesionales, la política exterior canadiense ha sido un paso a dos entre aspiraciones e intereses. Discutimos si deberíamos tener una política exterior basada predominantemente en los valores o en los intereses. Podemos hacer lo imposible por demostrar que nuestras aspiraciones, que por lo general presentamos en términos de valores humanistas e internacionalistas enraizados en el Estado de Derecho, no discrepan de nuestros intereses. Al igual que Tony Blair rebatió a los detractores que le exhortaban a elegir entre su compromiso con Europa y su alianza con Estados Unidos (sólo en sus discursos en Canadá especificaba “Norteamérica” en lugar de “América”), la idea de “elección” entre valores e intereses es rechazada por los canadienses en su conjunto; como Blair, “¡tendremos ambas cosas!”.
Los analistas tradicionales de política exterior –que dan prioridad al valor añadido que pueden suponer para la paz y la seguridad internacionales nuestros compromisos con los principios– suelen situar nuestra identidad y papel internacionales en el espíritu…