La próxima década será clave para la innovación global. La austeridad continua en este campo, su mercantilización y la redistribución de conocimiento al ‘Sur’ ralentizarán el crecimiento en innovación. La retirada de las políticas mercantilistas mejoraría las perspectivas.
Desde la Gran Recesión, los gobiernos de todo el mundo se han centrado de nuevo en la creación de empleo y el crecimiento económico. Para alcanzar estos objetivos han puesto la mira en la innovación tecnológica. Este es, sin embargo, un avance a la vez positivo y negativo. Es positivo porque cada vez más países invierten en los ladrillos que sustentan la innovación tecnológica (por ejemplo, financiando la investigación científica y tecnológica y apoyando la formación en estos ámbitos), expandiendo los incentivos a la innovación en el sector privado (mediante incentivos fiscales a la investigación y el desarrollo) y aplicando diversas políticas a favor de la innovación. Es también un avance negativo, no obstante, porque muchos países se han propuesto ganar la carrera mediante la mercantilización de la innovación, aplicando políticas injustas que buscan el beneficio propio a costa del perjuicio de los demás y que, a fin de cuentas, van en detrimento de la innovación global. Queda por aclarar si los beneficios de la expansión de las “buenas” políticas de innovación compensan los costes de las cada vez más frecuentes políticas “malas”. En cualquier caso, para maximizar la innovación global son necesarias más políticas buenas y menos políticas malas.
La maximización de la innovación global debería constituir la máxima prioridad para el sector comercial internacional. En ese sentido, existen tres desafíos principales: la consolidación del respaldo a las políticas de innovación buenas, la resistencia ante el esquema redistributivo Norte-Sur en innovación y transferencia de tecnologías, y la reversión de las políticas de mercantilización de la innovación, tan perjudiciales…