Indonesia, el gigante tranquilo
Yakarta, la antigua Batavia, es hoy una megalópolis de casi 700 kilómetros cuadrados. Con sus ciudades satélite alberga a más de 30 millones de personas, lo que la convierte, con Lagos o Sao Paulo, en una de las grandes urbes del Sur Global. Indonesia es el cuarto país más poblado del mundo, después de China, India y Estados Unidos, y el de mayor población musulmana: 202,9 millones de personas, el 88% de la población.
Su archipiélago tropical se extiende sobre más de 45 grados de longitud, una octava parte del globo, con tres usos horarios y más de 5.000 kilómetros de longitud a lo largo de la línea ecuatorial. Superpuesto sobre el mapa europeo, empezaría en Irlanda y acabaría en algún punto de Kazajistán. Sobre el de EEUU, sobresaldría a ambos lados casi 1.000 kilómetros.
Los superlativos no son solo geográficos. Sus islas –entre ellas cinco de las 13 más grandes (Nueva Guinea, Borneo, Sumatra, Célebes y Java)– albergan a unos 300 grupos étnicos que hablan más de 700 lenguas; hoy el hoy mayoritario es el bahasa, un derivado del malayo que sirve a los indonesios de lingua franca.
Sus numerosos rastros lingüísticos –del sánscrito, árabe, portugués, holandés…– revelan el papel del archipiélago indonesio como lugar de encuentro –muchas veces violento– de civilizaciones. Hoy, en cualquier vuelo interno, los pasajeros pueden encontrar en sus asientos folletos con una oración para un buen viaje en cinco variantes religiosas: islámica, hinduista, budista, protestante y católica.
Encrucijada civilizatoria
En Bali predomina el budismo pero en Java, Borneo y Sumatra el islam es la religión mayoritaria desde que, llevado por mercaderes árabes, sustituyó al budismo y al hinduismo ya en el siglo XIII, un siglo antes de que llegaran los portugueses, los primeros europeos que se aventuraron en sus aguas.
En Straits (2022), Felipe Fernández-Armesto recuerda que en una era en la que la imaginería bíblica se entremezclaba con la cartografía, Colón y Magallanes estaban convencidos de que los míticos reinos de Tarsis y Ofir y las minas del rey Salomón estaban en las islas de los confines de la Tierra. Cuando en 1568 la expedición de Álvaro de Mendaña –que partió de El Callao en noviembre de 1567–, llegó al archipiélago melanesio, el navegante leonés lo llamó islas Salomón, el nombre que aun lleva su actual país insular, independiente desde 1975.
Mendaña iba en busca de unas ínsulas que, según escucho en el Cusco, había visitado el inca Túpac Yupanqui en 1465. En varias islas polinesias se cultiva desde hace siglos el camote, un tubérculo originario de los Andes centrales. Según coinciden Wade Davis en The Wayfinders (2009) y David Abulafia en Un mar sin límites (2020), nuevos hallazgos arqueológicos y genéticos demuestran que navegantes polinesios y amerindios que se orientaban por las estrellas atravesaban el gigantesco océano siguiendo las corrientes marinas.
Uno de los hitos visibles de esa especie de ecúmene pacífica es la cultura polinesia de Rapa Nui, que Jakob Roggeveen llamó Paasch-Eyland, isla de Pascua por el día que la descubrió en 1722. El almirante chino Zheng He, que viajaba con más de 300 barcos y 27.000 marineros, llegó a Java y Sumatra un siglo antes de que Colón zarpara rumbo a las Indias con tres carabelas de 25 metros y 90 hombres.
Ocasos imperiales
La historia moderna de Indonesia no es menos fascinante. En el siglo XX, tras casi tres siglos y medio de colonización holandesa (1600-1942) y tres años y medio de ocupación japonesa (1942-1945), fue el primer país en proclamar su independencia en los días finales de la Segunda Guerra mundial, dos días después de la rendición de Japón.
El nacimiento de la nueva república inspiró a movimientos independentistas en Asia, África y el mundo árabe que pusieron fin a los imperios coloniales de Reino Unido, Francia, Holanda, Bélgica y Portugal. Entre 1500 y 1920 gran parte del mundo quedó bajo el control, al menos nominal, de potencias europeas.
La era de los imperios aun no ha terminado, como muestran Rusia, China y Estados Unidos, cuyo imperio informal no se limita al Caribe y América Latina. Cuando colapsan, las réplicas sísmicas se sienten durante décadas en las placas tectónicas de la geopolítica, como muestran Palestina, Cachemira, Irak o Afganistán. Cuando Vladimir Putin llamó “operación militar especial” su invasión de Ucrania, la presentaba como una acción policial interna, no como una agresión militar.
El espíritu de Bandung
En 1955, la Conferencia Afroasiática de Bandung, al sur de Java, reunió a líderes de 29 países en la primera gran cumbre internacional sin presencia occidental. Entre los huéspedes del presidente Sukarno estuvieron el primer ministro indio, Jawaharlal Nehru, el ministro de exteriores chino, Zhou Enlai, y Gamal Abdel Nasser, el primer jefe de Estado de un Egipto independiente desde los faraones.
En la sesión inaugural, Sukarno dijo que a los presentes les unía “el odio al colonialismo y al racismo y la determinación por preservar la paz”. La declaración final mencionó diez principios, pero no creó secretarías ni asignó presupuestos. Los frutos del “espíritu de Bandung”, sin embargo, fueron duraderos. Probablemente sin él no se hubiese creado en Viena en 1957 el Organismo Internacional de Energía Atómica ni el Movimiento No Alineado, que se institucionalizó en 1961 y hoy cuenta con 120 países miembros.
Leyendas negras y rosas
Con esos antecedentes, es difícil saber por qué Indonesia es un país tan poco conocido fuera del Sureste asiático, lo que da una especial relevancia al último libro de David van Reybrouk, historiador belga y autor de un galardonado libro sobre el Congo, la última colonia que tuvo su país. Su interés por Indonesia surgió tras leer una copia ajada de Max Havelaar (1860), la novela anticolonial de Eduard Douwes Dekker que impulsó la reforma de las políticas coloniales de La Haya.
En librerías de Londres, París y Nueva York, Reybrouk se dio cuenta de que en el apartado de Asia, Indonesia estaba casi ausente. En sus giras por foros holandeses para presentar el libro se asombró de lo mucho que se ha borrado Indonesia de los recuerdos de los holandeses. Entre quienes tenían una opinión formada, percibió un convencimiento de que los indonesios eran felices en el régimen colonial y que fueron los independentistas y los japoneses los que crearon una “leyenda negra” .
En diciembre de 2019, YouGov hizo una encuesta en la UE para saber qué país europeo se enorgullecía más de su pasado colonial. Holanda superó a todos: el 50% estaba orgulloso de él. En contraste, solo el 32% de los británicos, el 26% de los franceses el 23% de los belgas y el 11% de los españoles lo estaba.
El 6% de los holandeses se avergonzaba de él, frente al 14% de los franceses o el 26% de británicos y españoles, lo que explica que cuando en 2020 el rey Willem-Alexander pidió –sutilmente– disculpas a Yakarta por los abusos coloniales, muchos consideraran injustificable el gesto real.
La invasión japonesa reveló la vulnerabilidad del dominio europeo. Los testimonios que recoge el autor revelan la alegría con la que los nativos recibieron en 1942 a los japoneses, que se presentaron como “hermanos mayores”. La ilusión se desvaneció pronto por la dureza de la ocupación. La hambruna de 1944 se cobró la vida del 5% de la población javanesa.
La colonización holandesa del archipiélago indonesio —un neologismo acuñado en 1850 por viajeros británicos— comenzó alrededor de 1600. En un momento determinado, un tercio de la renta nacional de la metrópoli provenía de las Indias orientales, una sociedad en la que las diferencias de clase corrían en paralelo con las raciales, con los europeos y sus descendientes en la vértice de la pirámide.
En 1930, 240.000 europeos gobernaban a 1.200.000 chinos y a 60 millones de nativos: el 0,4%, 2% y 97,4%, respectivamente. A diferencia de chinos, indios o árabes, los colonos blancos vivían obsesionados con conspiraciones, reales o imaginarias. La Pax Neerlandica reprimió con especial brutalidad las revueltas islamistas de 1910, las comunistas de los años veinte y las nacionalistas de los treinta. Los tres se parecían en el fondo y en muchos casos sus ideas se fundían.
La cubierta de la revista Menara Merah (el minarete rojo) mostraba una hoz y un martillo superpuesta sobre una mezquita.
Racistas orientales
La ocupación japonesa (diciembre 1941-agosto 1945) lo cambió todo. Los japoneses se ensañaron con especial sadismo con los europeos para demostrarles que la raza superior era la suya. Casi 100.000 desaparecieron en campos de internamiento. En julio de 1943, el gobierno imperial publicó un estudio de 3.127 páginas que subrayaba el papel central de la “raza yamato” –大和民族, el grupo étnico mayoritario de Japón– en la expansión imperial.
La guerra en el archipiélago se cobró las vidas de cuatro millones de indonesios, el 6% del total. Pese a que su economía estaba en ruinas, entre 1946 y 1949 Holanda envió a Indonesia a 120.000 soldados, casi tantos como los que movilizó en la guerra mundial. Los jueces dictaron 2.565 sentencias contra objetores de conciencia. Muchos de ellos estuvieron en prisión varios años.
Al final, las 4.653 muertes de sus soldados no le sirvió de nada a La Haya. India, Pakistán, Birmania, Arabia Saudí y Ceilán –independizados poco antes– prohibieron a los aviones holandeses sobrevolar su espacio aéreo. Australia declaró un boicot portuario. Tras unos iniciales titubeos, Washington ayudó a la naciente república como un medio de frenar el avance del comunismo.
Sus temores no eran infundados. El Partai Comunis de Indonesia (PKI) era el más antiguo y numeroso de Asia. En 1948, Estados Unidos se inclinó a favor de Sukarno porque combatía, desde posiciones de izquierdas, a los comunistas. En 1965 la CIA apoyó el “yakartazo” del general Suharto, que instauró una dictadura militar que duró 32 años y se cobró las vidas de entre medio millón y un millón de personas, un método que encontró admiradores desde Brasil y Chile a Irak y Nigeria.
Colonialismo interno
Reybrouk llama a Indonesia el “gigante tranquilo” por su introversión y bajo perfil mediático. Su tradicional aislamiento tiene, sin embargo, claros límites. Los ecosistemas de Indonesia son junto a los de Brasil y República Democrática del Congo, los más diversos y amenazados del mundo. En 1900, el 84% del país estaba cubierto de bosques tropicales. En 2010, solo el 52%.
Debido a la deforestación, Indonesia es el sexto mayor emisor de gases de carbono. Indonesia tiene grandes depósitos de níquel –vitales para las baterías de ión-litio– en Sulawesi y las Molucas. Su extracción está destruyendo selvas tropicales en las que abundaban tigres, orangutanes y arrecifes coralinos. Casi 700.000 hectáreas de bosques ya se han concesionado a empresas mineras. Indonesia sobrevivió al colonialismo externo, pero su entorno medioambiental quizá no sobreviva al interno.