Durante mi estancia en Rusia a principios de 2015, el tiempo parece detenerse mientras la canciller Angela Merkel y el presidente François Hollande se enfrentan en Moscú al presidente Vladimir Putin por un futuro en paz para Europa. Nadie ignora lo que ocurrió hace apenas 100 años en este país del tamaño de un continente, con 11 zonas horarias diferentes entre el mar Báltico y el océano Pacífico. Una revolución barrió de su suelo a la élite aristocrática y costó la vida a muchos de los que hasta entonces habían gozado de enormes privilegios. En las siguientes dos décadas y media, el estalinismo y la voluntad desesperada de defenderse de la Alemania de Hitler siguieron cobrándose cantidades inconcebibles de vidas, sacrificadas por millones.
Cuando visité Moscú en la década de los ochenta, un prominente personaje de la diplomacia y la política de entonces me contaba que en la Segunda Guerra mundial había perdido a 27 miembros de su familia. Desde ese punto de vista, y considerando la historia del país, Rusia lleva una fase sorprendentemente larga –25 años– caracterizada en gran medida por el auge y el bienestar económicos. ¿Hacia dónde se dirigirá ahora bajo el mandato de Putin, en la presidencia desde 2000, salvo por una interrupción en la que ejerció de primer ministro?
¿Abandonará el intento de acercarse a las democracias occidentales, intercambiar petróleo y gas por valiosos productos de importación, ampliar los intercambios comerciales con la Unión Europea y compartir experiencias con Occidente que siguió al colapso y el desmembramiento de la Unión Soviética? La anexión ilegal de Crimea a la Federación Rusa, la desestabilización intencionada de Ucrania y su ocupación parcial, ¿conducen a una nueva guerra fía? Algunos puntos aún parecen abiertos, e incluso puede que sea posible dar marcha atrás; pero la guerra en el…