No hay rival ideológico para la democracia liberal y los derechos humanos. Sin embargo, el fin de las ideologías no ha llegado aún: una batalla entre diferentes filosofías políticas continúa sin un acuerdo estable sobre asuntos centrales. Los planteamientos han de ser planetarios.
Hablar de ideologías a estas alturas del siglo XXI podría resultar algo extraño y trasnochado. Ya hace más de 50 años, en 1960, Daniel Bell pronosticaba “el fin de las ideologías”, tras el triunfo del capitalismo liberal y democrático. Bell no afirmaba que la discusión filosófico política fuera a morir por completo, sino que se iba a convertir en una discusión más parroquial, un debate sobre detalles menores, sobre el diseño concreto de ciertas instituciones, más que sobre los grandes valores y las grandes ideas, que le parecían ya totalmente asentadas. Y es cierto que los valores de libertad, igualdad, democracia y derechos humanos parecían incontrovertibles en ese momento, y que además el utilitarismo, una ideología que algunos podían ver como anti-ideología, parecía no tener rival. Bell no podía prever, claro, que John Rawls iba a publicar su magnífica obra A Theory of Justice (1971) apenas 11 años más tarde, destronando al utilitarismo y revolucionando la filosofía política, abriendo nuevos caminos de discusión y creando un paisaje diverso y relativamente nuevo de teorías de la justicia.
A pesar del tsunami que representó la teoría de Rawls, y tras 20 años de vivas discusiones y confrontación de diversas teorías políticas que después serán mencionadas, Francis Fukuyama volvía a las tesis de Bell proclamando ahora, hegelianamente, “el fin de la historia” (primero como ensayo en 1989, y más tarde como libro con el título El fin de la historia y el último hombre, en 1992). La tesis de Fukuyama era, de nuevo, que el modelo de la democracia liberal…