Humanidad vivida, memorias de Hans Küng
Hans Küng, nacido en 1928 en Sursee, Suiza, es uno de los grandes teólogos europeos de los siglos XX y XXI. Pero dado que Política Exterior cubre preferentemente asuntos internacionales, aclaremos la razón o razones de su presencia en nuestra sección de libros. Ahora, el teólogo suizo publica el tercer volumen de sus memorias, Humanidad vivida. Memorias, editadas por la Editorial Trotta. Es un acontecimiento, también para quienes seguimos desde lejos, como hemos podido, su ciclópea actividad.
Küng, titular durante 36 años de la cátedra de Teología Ecuménica en la Universidad de Tubinga, Alemania, ha centrado su actividad en la investigación teológica, también en la enseñanza y el desarrollo de la teología católica del siglo XX. Küng ha sido un cerebro en incesante actividad durante no menos de 60 años. Las pruebas están a nuestro alcance.
Pero hay en Küng trabajos, prolongados y amplios, que no guardan relación con la teología. Conviene salir aquí al paso de algunos críticos que insisten en presentárnoslo como una figura empeñada en la polémica y a la confrontación. Y no es así: Küng ha mantenido muchas de sus posiciones no teológicas con igual firmeza que las teológicas, sostenidas durante décadas en Tubinga. Ha sido un constante conferenciante, un enseñante, un transmisor. Pero ha sido, además, un ideador-inventor lleno de iniciativas. Iniciativas que comportaban la creación de equipos, la puesta en marcha de programas que pudieran desarrollarse una vez él desaparecido.
La declaración de Ética Mundial, de 1992, es una iniciativa de Hans Küng. De ella nacerá la fundación Ética Mundial, con un capital de cinco millones de marcos alemanes, pronto aumentados a diez millones de euros… Los fines de la fundación quedan reflejados en cuatro términos: investigación, educación, encuentro intercultural y encuentro interreligioso. A su vez, la fundación daría paso al Instituto de Ética Mundial, órgano de actividad permanente en la Universidad de Tubinga, tras la incorporación de una directora, la profesora Ute Wanner, y cuatro colaboradores fijos. El instituto aspira a transmitir en el mundo globalizado competencias éticas e interculturales más cercanas a la praxis. Lo cual nos lleva a repensar los logros conseguidos gracias a la combinación de tres fuerzas: tenacidad, claridad de iniciativa y continuidad de la acción.
“Junto con mi antiguo compañero de Tubinga y ahora prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, soy probablemente el último teólogo conciliar plenamente activo”, comienza Küng en su mensaje a los cardenales, en 2005, con motivo de la elección papal.
En las 766 páginas de este tercer volumen de memorias hay narraciones, explicaciones y argumentos sobre la vida personal de un sabio, lúcido y relativamente juvenil a sus 85 años. Con su cabeza entera, aunque forzada en un esfuerzo final, Küng se afana por contar qué ha sido su vida al llegar al fin. Hay alguna invocación, por ejemplo, la de la página 706: “Me complazco en cada día nuevo que me es regalado”. Una página que merece ser leída con particular atención.
Pero lo que podrá interesar a los lectores de Política Exterior es la teoría del Cambio de Paradigma, que conducirá a Küng y a su equipo de Tubinga al Proyecto de Ética Mundial. En 1984 Küng acuña un lema que avanzará con extraordinaria potencia: “No habrá paz en el mundo sin paz entre las religiones”. A lo largo de dos décadas, de 1980 a 2000, Küng comprueba el valor de ese lema. Un lema que requiere capacidad de afirmar, capacidad de resumir una tesis en pocas palabras, y capacidad de movilizar a grandes instituciones. Y vean ustedes por donde el profesor Küng reúne esas tres capacidades. Son 20 años de movilización personal: él, movilizado por ese lema, contagia al entonces director general de la Unesco, el español Federico Mayor Zaragoza, y consigue movilizar a esa agencia basada en París, cerca de la Torre Eiffel. Queremos decir, consigue su apoyo, lo cual significa, en primer lugar, apoyo sostenido en el tiempo. Nada menos que de una de las grandes agencias de las Naciones Unidas.
Küng, no es necesario insistir, es un europeo en estado puro; un suizo que se hace profesor muy joven para trasladarse unos cientos de kilómetros al norte, a Tubinga, donde nacen la fundación y el instituto, estructuras que permiten que podamos hablar de un ente afirmado en el tiempo y dotado de actividad diaria. Tanto el instituto como la fundación han conseguido el apoyo de empresas, no solo alemanas, y de donantes. Y el apoyo de una máquina que es, al fin y al cabo, una gran organización como la Unesco. ¿Qué podemos añadir? Algo demasiado sabido: la aparición, de vez en vez, de hombres como Hans Küng deja una huella cierta y, dentro de los límites de las cosas humanas, imperecedera. A sus 85 años el teólogo suizo podrá encontrarse quizá con un regalo adicional, unos años con su ordenada cabeza observando, vigilando su obra. Ese trabajo de afirmación podrá ir adelante, quizá con más probabilidades de fructificar de lo que en principio pensamos. Somos frecuentemente demasiado escépticos.