El fracaso interior y exterior de las dos grandes iniciativas de Chávez –la negativa popular a la reforma constitucional y la deslegitimación internacional en su negociación con las FARC– son las primeras muestras de los límites de la voluntad transformadora del presidente.
Con una ironía bañada de intuición, Jorge Luis Borges sentencia al comienzo de La esfera de Pascal: “Quizás la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas”. Ideológicamente multiforme, pantagruélicamente populista, con sobradas dosis de histrionismo y grandilocuencia, la figura del presidente venezolano, Hugo Chávez, va conformando cada día más la metáfora de las oportunidades perdidas y las esperanzas frustradas de América Latina.
Este año se cumple el décimo aniversario del triunfo electoral que llevó a Chávez al palacio de Miraflores, inicio de lo que él denominó “revolución bolivariana” y primer peldaño de lo que en su última ratificación presidencial (diciembre de 2006) anunciaba con la equívoca denominación de “socialismo del siglo XXI”. Una década de gobierno que ha servido para generar un cúmulo enorme de expectativas de cambio en sectores mayoritarios de la sociedad venezolana e incluso ha hecho albergar esperanzas en muchos rincones de América Latina.
Los objetivos articulados alrededor de la candidatura de Chávez se concentraban en acabar con la corrupción generalizada del régimen bipartidista anterior, ampliar la base social implicada en y beneficiada por la acción del Estado, reducir el lacerante diferencial de riqueza y dinamizar un país exánime acunado por los beneficios del petróleo. Los resultados, sin embargo, están muy lejos de los objetivos marcados. Apenas se han reducido los índices de pobreza, si bien sus peores consecuencias han sido suavizadas a través de una acción social indirecta mediante las llamadas “misiones” ajenas a la administración del Estado; lo que a su vez evidencia la incapacidad del ejecutivo para levantar un…