Houellebecq y su mundo frente al islam
Al evaluar Sumisión conviene separar al bufón creado por Houllebecq para promocionar su obra, y sus consiguientes declaraciones, de la novela en sí. Porque Sumisión es una obra ambigua, con matices demagógicos, interesante y, además, entretenida.
Para quien lea por primera vez a Houllebecq, su lúcido nihilismo resultará sorprendente. A quien sigue su obra, le demostrará su incapacidad para salir de sí mismo. Lo que tampoco es intrínsecamente malo, porque muestra el itinerario vital de un narrador identificado con el propio novelista: un hombre desarraigado, solitario, incluso misántropo, con tendencias misóginas, malas relaciones familiares, frecuentador de prostitutas y amante de jovencitas. Pero ya no es el mismo de Plataforma o Ampliación del campo de batalla. Parece harto de sí mismo, harto de su propio sinsentido, y continúa la búsqueda esbozada en El mapa y el territorio. Anhela, por tanto, y aunque sin renunciar al culto a la nada, cierta pureza, un suelo en el que reposar (la grandeur de Francia, el catolicismo).
(A partir de aquí, la reseña contiene spoilers)
Houllebecq se transmuta en Sumisión en un profesor universitario, que ha dedicado su vida al estudio de la obra de Joris Karl Huysmans, novelista decimonónico y decadentista, partícipe de una línea nihilista y dandy muy a la francesa. Huysmans, posiblemente harto de sí mismo, terminó acogiéndose al catolicismo, como hacen tantos profetas del vacío cuando detectan la proximidad de la guadaña.
El punto de partida es el triunfo en las elecciones presidenciales francesas –en una situación prebélica, gracias a una carambola causada por la unidad de todas las fuerzas políticas contra el Frente Nacional de Marine Le Pen– de un candidato islamista, si bien moderado. La mezcla de distopía y realismo no es nueva: ya fue ensayada en Las partículas elementales, La posibilidad de una isla o El mapa y el territorio. Pero en este caso no ocurre en un futuro lejano, sino en 2022. Las primeras páginas, presididas por un extraño grupo terrorista, por amenazas en la sombra, concretadas en magníficas escenas prebélicas, tienen cierto aroma americano (Christopher Nolan, Chuck Palahniuk) y tal vez sean, desde una perspectiva literaria, lo mejor de la novela.
Entre los errores destaca la súbita desaparición de los disturbios y la rapidísima sumisión de los millones de votantes del Frente Nacional a la islamización del país. Ciertamente la explica, mediante sofisticados artefactos intelectuales, concretados en la unión del islam y el fascismo en el profundo rechazo a los ideales liberales, pero en narrativa hay que mostrar, embaucar al lector con escenas, no solo teorizar. La explicación se lleva a cabo mediante dos personajes antagónicos. La tradición cristiana está representada por un viejo agente secreto, retirado a lo más profundo de Francia, donde comen pato y beben a espuertas uno de los mejores vinos del mundo, rodeado de conventos románicos y cantos gregorianos. Los nuevos tiempos islámicos los encarna el rector de la Sorbona, polígamo con esposa de 15 años, que presenta al islam como defensa de la humanidad, de su comunidad con Dios. Como una religión que acepta al ser humano y su relación con el cosmos.
Houllebecq se centra en los beneficios de la poligamia, convertida en un sueño húmedo del protagonista, pese al continuo recuerdo de una amante judía huida a Israel. De nuevo aquí el autor regresa a su obra.
Houllebecq –no confundo al personaje con el autor, pero la repetición en su escritura de la misma voz lo hace casi inevitable– lamenta las concesiones del cristianismo, la pérdida de su pureza, de su profunda belleza. Presentarle como próximo a monseñor Lefebvre y partidario del regreso del latín a las ceremonias eclesiásticas es una temeridad, pero una temeridad defendible.
Sumisión también es una parodia de la épica: presenta en su tramo final a un personaje mediocre enfrentado a un dilema heroico, incluso faústico, algo extraño en el menos épico de los escritores célebres del mundo. Un dilema que en el subconsciente del lector enlaza con el colaboracionismo de muchos franceses con la ocupación nazi y que solventa con la misma facilidad y los mismos pretextos que utilizaron muchos de sus compatriotas bajo la ocupación, sin la visceralidad de un Céline, convencido de que el declive de Occidente es ineludible y no resta otra posibilidad que la sumisión.
¿Por qué interesa a un lector en asuntos internacionales? Plantea una tesis conspirativa muy arraigada en Francia: evidencia el temor exacerbado al islam y la crisis de nuestro propio vecino, y de la propia Europa, mediante una brutal y lúcida descripción del sistema bipartidista, convertido en un simulacro de la auténtica democracia. Ese declive abre las puertas a un plan del islam, meditado y consciente de sí mismo, para apropiarse de la antes conocida como civilización europea. Un plan construido sobre las cenizas de la socialdemocracia, la ira de los desposeídos y una potencia demográfica indiscutible. La exposición de ese plan oscila entre la complejidad cósmica, a veces fascinante, del discurso proislámico del rector y la burda fijación por el matrimonio de profesores con adolescentes o la sobrevaloración del porcentaje de musulmanes residentes en Francia.
Nos encontramos frente a la novela de Houllebecq con más peripecias, siempre bien hilvanada, aunque en ocasiones la reflexión devore a la narrativa. Debe leerla cualquiera que quiera conocer una opinión cualificada sobre el zeitgeist o, mejor dicho, la perspectiva que tiene del zeitgeist un amplio porcentaje de la población francesa y europea.