¡Por fin han terminado las primarias del Partido Demócrata! Ha sido un prolongado proceso durante el cual los protagonistas han estado jugando el mismo papel semana tras semana: Bernie Sanders predicando una reforma revolucionaria del sistema y Hillary Clinton replicando que ella es la única que sabe cómo hacerlo. Aunque Hillary haya ganado una gran mayoría de delegados y de votos, y por ende la nominación de la convención, no puede desconocer el extraordinario e imprevisto éxito de la campaña de Sanders, que ha conseguido captar casi a la mitad del partido.
En 2008 Barack Obama ganó las primarias, y luego la elección presidencial, gracias al entusiasmo que supo generar entre las generaciones más jóvenes, en gran parte censadas por primera vez. Es una paradoja electoral que el mismo sector generacional que determinó la derrota de Clinton en 2008 sea el que en esta ocasión ha llenado las velas de su contrincante. Con su énfasis contra la corrupción electoral, los excesos de la banca, la crisis de las clases medias, la desigualdad, los derechos de la mujer y de las minorías, Sanders encandila a la izquierda y a la juventud, de la misma manera que Donald Trump lo hace entre la ultraderecha de esos mismos sectores.
En el tiempo que queda hasta la convención demócrata, el 25 de julio, tendrán que encontrar la manera de reunir ambas tendencias del partido con objeto de ganar las elecciones de noviembre. Les va a costar mucho porque Sanders ha estado constantemente descalificando a Clinton y subrayando las sustanciales diferencias de sus respectivos programas. Es más, Sanders ha estado condenando el “fraude” con que la convención decide la nominación, por la excesiva influencia de los más de 700 “superdelegados”, miembros no elegidos de la convención. Así pues, no es sorprendente que una buena parte…