Tres factores han hecho posible la reconciliación palestina: el acercamiento entre Hamás y Egipto, la crisis económica en Gaza y la elección de Yahya al Sinwar.
El 12 de octubre de 2017, Hamás y Al Fatah firmaban en El Cairo un acuerdo de reconciliación, el cuarto desde que Hamás tomó por la fuerza la Franja de Gaza en junio de 2007. En virtud de este acuerdo, Hamás decidía devolver las llaves de Gaza a Mahmud Abbas, cediendo en los principales temas de discordia que hasta entonces enfrentaban a las dos formaciones políticas: el pago del sueldo de sus funcionarios se revisó a la baja; y la Autoridad Palestina de Ramala recuperó el control sobre las fuerzas de seguridad de Hamás, así como de los pasos fronterizos. Si los acuerdos previos de 2011, 2012 y 2014 no hubieran conducido a la formación de un gobierno de unión nacional ni al levantamiento del bloqueo, este último intento podría ser otra cosa. No pretendemos medir sus posibilidades de éxito. Sería arriesgado hacer pronósticos al respecto, cuando menos porque ese éxito depende más que nada de la buena voluntad de los israelíes. La decisión de presentar los tres factores que han llevado a Hamás a aceptar ese acuerdo –uno exterior, uno interno y uno organizativo– responde al deseo de demostrar que el movimiento se mueve principalmente por sus intereses y no por su ideología. Sin embargo, muchos continúan pintando el Movimiento Islámico de Resistencia como algo impermeable a cualquier evolución, guiado únicamente por sus principios intangibles. Según algunos de esos análisis, la última reconciliación no es más que una bofetada que permite a Hamás preparar mejor su objetivo último: la destrucción del Estado de Israel. Frente a ese tipo de lectura, basada solo en la sospecha permanente del doble discurso, la idea es comprender…