La falta de reacción eficaz a nivel político, la escasa experiencia y capacidad de algunas organizaciones, junto a los problemas de coordinación, ponen en cuestión todo el sistema de ayuda en Haití.
Cualquier situación, por mala que sea, es susceptible de empeorar. Esta ley parece ser una verdad incontestable en el caso de Haití. Antes del terremoto de enero de 2010, Haití no tenía una economía viable y soportaba un gobierno débil y una tutela internacional. Un año después, se arrastra a través de un periodo de reconstrucción lento donde los haya, unas elecciones cuestionadas y además se ve afectado por un brote de cólera inédito en el último siglo en el Caribe.
¿Cómo es posible que en el país de las ONG (hay más de 10.000), un país tutelado por las Naciones Unidas, se produzca una epidemia de cólera? Pongamos las cosas en su sitio: a nadie debe sorprenderle la evolución de la situación. La rápida y mortal propagación del cólera es solo un síntoma de una reconstrucción que no está dando sus frutos.
El punto de partida ya era desolador: antes del terremoto, sólo el 12 por cien de la población de Haití tenía acceso a agua tratada y sólo el 17 por cien a saneamiento adecuado. Después del terremoto, las cosas no han hecho más que empeorar. La mayoría de los campos de desplazados donde se amontona la población, así como los barrios marginales y periféricos de las ciudades, son el ambiente perfecto para una epidemia. Las condiciones para la expansión de enfermedades transmisibles, dada la falta de redes de saneamiento, de recogida de residuos y aguas residuales y de agua potable, a las que hay que sumar las lluvias torrenciales, son de manual.
Los primeros casos se detectaron entre los campesinos que se dedican al arroz,…