Hace casi seis años, los argentinos iniciamos la transición desde la inestabilidad y el autoritarismo hacia la democracia representativa. En 1989, por primera vez en sesenta años, un presidente electo democráticamente transmitirá el Gobierno a otro presidente también electo democráticamente. Acompañamos de esta forma el renacimiento de la libertad en América Latina, donde con más fuerza se movilizan los pueblos en pos de principios y valores propios de la historia de Occidente.

La reconstrucción institucional de la Argentina ha sido, por cierto, una tarea muy exigente. Mientras restablecíamos las garantías de la Ley, debíamos cerrar, las heridas del pasado; a1 par que procurábamos definir un nuevo rumbo para el país, teníamos que atender a las demandas largamente postergadas. Esta ha sido y es, sin duda alguna, una experiencia extraordinaria.

Hoy, cuando los entusiasmos iniciales han cedido y tenemos que afrontar los problemas políticos y económicos que nos plantea la realidad, puedo decir que sólo una gran fuerza espiritual, como la que anima a los argentinos, ha hecho posible arribar al punto en que nos encontramos.

Los problemas que hemos debido superar han sido varios. En primer lugar, están los de naturaleza política. Restablecer las normas de una convivencia civilizada y las instituciones de la democracia no fue tarea sencilla. Sin embargo, hoy están asegurados los derechos individuales, la competencia política se desenvuelve dentro del respeto pluralista y las relaciones entre los distintos sectores que componen la vida del país están impregnadas por un deseo de reconciliación nacional.

La Argentina de la democracia ha hecho, además, un firme compromiso en favor de la solución pacífica de los conflictos. A lo largo de estos años hemos colocado nuestras relaciones con los demás países dentro de un marco de previsibilidad, fundado en la defensa de la paz y la cooperación internacional. En suma,…