El escenario geopolítico global ha cambiado de forma sustancial en los últimos tres cuartos de siglo transcurridos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Recientemente, la ilegal y criminal invasión de Ucrania por parte de Rusia ha venido a sacudir aún más el tablero de juego. Durante casi medio siglo, fue un escenario caracterizado por la ruptura drástica, tras la victoria, de la coalición aliada que derrotó al eje Berlín-Roma-Tokio. Antes incluso del fin de la guerra ya se dibujó un mundo –anticipado en la Conferencia de Yalta y en la de Teherán– caracterizado por el reparto de zonas de influencia y de los despojos de los vencidos.
Nacía así un orden mundial bipolar, con un bloque de países encabezado por la Unión Soviética –que, en los primeros años, incluía a China– y otro bloque, el occidental, liderado por Estados Unidos.
Ciertamente, fue una división que no reflejaba la compleja realidad internacional, sobre todo a raíz de los procesos de descolonización de las antiguas posesiones europeas en África, Asia y Oceanía. Así, una serie de países impulsaron una “tercera opción”, el Movimiento de Países No Alineados, en la que tomaron especial protagonismo India, Egipto, Indonesia y la antigua Yugoslavia, pero que comprendía la práctica totalidad del continente africano y Oriente Próximo, así como el subcontinente indio y el sureste de Asia, junto a algunos países de América del Sur. Este movimiento perseguía una equidistancia entre los dos grandes bloques, sin formar parte formalmente de ninguna alianza militar, y con posiciones específicas en el ámbito internacional. Sin embargo, era una equidistancia no real, ya que la inmensa mayoría de países no alineados se sentía más cerca del bloque soviético y, además, tanto la URSS como China y el resto de América Latina formaban parte del movimiento en calidad de países…