Hacer el bien con el voto en África
Imagina que ahora mismo estás delante de una urna a punto de introducir una papeleta. ¿Qué te ha llevado a escoger a ese partido, a votar por ese candidato? Eres libre para elegir cómo conformar su voto, pero hay una serie de factores que influyen en tu decisión final. Puede ser que escojas a un político por tener unos valores cercanos a los tuyos, porque crees que desarrollará mejor tu país o simplemente porque es de tu pueblo, habla tu idioma y crees que defenderá mejor los intereses de los tuyos.
En África subsahariana todo esto ocurre en un contexto de Estados relativamente jóvenes, de poco más de 70 años, en los que la identidad nacional se fragmenta entre pueblos históricamente diferenciados, pero unidos bajo unas líneas trazadas en la Conferencia de Berlín. En muchos países africanos, todo ello ocurre bajo una dictadura donde las reglas del juego no son justas y en las que unas elecciones difícilmente cambiarán la situación. Todo con una presencia de fondo de observadores internacionales, miembros de la sociedad civil e instituciones electorales que intentan educar a la ciudadanía en democracia.
Uno puede pensar: ¿para qué celebrar entonces elecciones si no generan cambio? A pesar de todos los problemas asociados con unos comicios en multitud de países subsaharianos, el libro The Moral Economy of Elections in Africa convence de que las elecciones son necesarias en África subsahariana para la construcción del Estado. Y lo hace con un enfoque empírico, basado en un trabajo de campo con encuestas propias que firman tres investigadores británicos a los que les avala su larga trayectoria en el estudio de la ciencia política africana, en la que han publicado más de 15 libros y alrededor de un centenar de artículos de investigación en revistas científicas: Nic Cheeseman (Universidad de Birmingham), Gabrielle Lynch (Universidad de Warwick) y Justin Willis (Universidad de Durham).
En este proyecto analizan la historia electoral de Ghana, Kenia y Uganda, tres países con pasado colonial británico y sistema mayoritario uninominal, para descubrir cómo los ciudadanos se comportan frente al voto. Un libro que tiene su mayor valor en el enfoque de la investigación, una mirada pionera sobre las elecciones africanas que huye del resultado y busca indagar en el proceso, en especial las relaciones entre los actores que forman parte de ella y cómo cada votante decide qué está bien y qué está mal a la hora de decidir su voto.
«En muchos países africanos, la falta de unas instituciones fuertes que garanticen los servicios lleva a muchos políticos a financiar de su propio bolsillo el desarrollo de sus distritos»
En un viaje, una serie de jóvenes ugandeses admiten a uno de los autores que han votado en más de una ocasión, utilizando el nombre de un amigo que no estaba en su ciudad de origen y no podía ir a votar. “Lo hacemos para echar a Museveni”, se justifican. Yoweri Museveni es el dictador que lleva gobernando Uganda desde 1986: más de dos tercios de los ugandeses no conocen otro presidente en un país con una edad mediana de menos de 17 años.
En otra ocasión, una mujer le pide a un candidato a diputado que le financie el colegio para sus hijos: “Cuando me ven, solo piden dinero”, asegura él. En muchos países africanos, la falta de unas instituciones fuertes que garanticen los servicios lleva a muchos políticos a financiar de su propio bolsillo el desarrollo de sus distritos. Lo que en Occidente podría ser visto como un claro caso de corrupción, en África no lo es tanto. Al fin y al cabo, ¿es inmoral exigir a los servidores públicos que cuiden de sus ciudadanos cuando el Estado no lo hace?
Los autores identifican dos principales comportamientos a la hora de emitir un voto en África subsahariana: el cívico y el patrimonial. El primero sería un comportamiento ejemplar desde un punto de vista occidental: un ciudadano libre que emite su voto sin presiones externas, informado e independiente. La segunda versión es en la que se suele encasillar a los países africanos, un voto étnico en el que los actores políticos compran a los ciudadanos.
«El avance de la democracia en África no vendrá con la creación de ciudadanos perfectos e imparciales, sino con un equilibrio entre los procesos formales, transparentes y libres y los sentimientos y tensiones identitarias»
Los autores demuestran con encuestas y entrevistas personales que los ciudadanos kenianos, ghaneses y ugandeses sí son conscientes de sus propios actos y critican la tendencia de los observadores a educar en qué está bien y qué esta mal. Un ciudadano puede saber que no es correcto aceptar un pago en campaña y hacerlo, así como un observador saber que una elección ha sido fraudulenta y darla por buena, a pesar de perder credibilidad. En ambos casos hay otros factores más importantes, y no una simple maldad: el votante puede necesitar dinero para enviar a su hijo al médico, mientras el segundo prefiere aceptar a un dictador antes que provocar una posible violencia poselectoral que lleve al país a la inestabilidad.
The Moral Economy of Elections in Africa es un libro que demuestra que considerar las elecciones solo por su resultado final es un error de bulto. En cada ciclo electoral se muestra el dinamismo de las sociedades africanas y el reconocimiento del ciudadano como parte activa del Estado. Una lectura que te hace ver que el avance de la democracia en África no vendrá con una victoria de la burocratización occidental con la creación de ciudadanos perfectos e imparciales, sino con un equilibrio entre los procesos formales, transparentes y libres y los sentimientos y tensiones identitarias que convierten a las personas en seres políticos.
Esta lectura contribuirá al lector a dejar de lado la mirada occidental condescendiente hacia el voto tribal africano, al mostrar que hay diferentes factores legítimos que confluyen en unos comicios. Como mencionan los autores en la conclusión, la exacerbación de la identidad étnica que se le achaca desde fuera a las elecciones en África subsahariana difiere poco del patrón de voto racial en Estados Unidos, los partidos regionalistas en Italia o los movimientos separatistas en España. Al final no somos tan diferentes.