Desde que en febrero Rusia atacara Ucrania, la onda expansiva se ha hecho sentir en todo el mundo y, en especial, en los países del Norte de África y Oriente Medio. Lastrada por las consecuencias de la pandemia, la región afronta ahora una crisis económica, energética y alimentaria sin precedentes que podría desembocar en revueltas sociales en la frontera sur de una Europa preocupada –legítimamente, pero demasiado en exclusiva– por el flanco este, la inflación y el suministro de energía.
La guerra de Ucrania ha sacado a la luz las diferencias entre el Norte y el Sur del Mediterráneo. En Occidente cometemos a menudo el error de creer que todo el mundo piensa como nosotros. Sin embargo, la ambigüedad de los gobiernos del Sur del Mediterráneo a la hora de apoyar a Ucrania y Occidente frente a Rusia, así como unas opiniones públicas proclives a culpar a Europa y la OTAN (véase EEUU) de esta guerra, han desmentido esta percepción y puesto de manifiesto la influencia rusa en la región. Esto alimenta claramente el sentimiento antioccidental, subrayando las responsabilidades de Occidente en los males que aquejan a la región. Esta es la situación actual, está por ver si, de prolongarse el conflicto, como parece probable, la presencia rusa podrá mantenerse o disminuirá.
En el campo geopolítico, la guerra podría cronificar aún más conflictos regionales ya encallados –Yemen, Siria, Libia e incluso Sudán–, donde, aprovechando la falta de iniciativa de la UE, y la retirada de EEUU, Rusia ha desempeñado un papel político y militar clave en los últimos años. También en Irán. Movidos por intereses comunes ante las sanciones de Occidente, Moscú y Teherán han reforzado sus relaciones estratégicas, poniendo en peligro los tímidos avances en las negociaciones del acuerdo nuclear. Por su parte, el flanco sur, donde Rusia busca ampliar su influencia, ha sido reconocido por primera vez como fuente de «conflicto, fragilidad e inestabilidad» en el nuevo Concepto Estratégico de la OTAN.
Ante la posibilidad de corte de suministro de gas por parte de Rusia –el cierre del gasoducto Nord Stream es una señal de lo que podría ocurrir el próximo otoño– los países del Sur del Mediterráneo ocupan una posición aventajada para cubrir al menos parte de las necesidades energéticas de Europa. Esta situación podría dar carta blanca y fortalecer los autoritarismos del Sur, justo en un momento en que el riesgo de revueltas sociales es alto. Al mismo tiempo, en tan complejo escenario, los desafíos e intereses comunes al Norte y al Sur del Mediterráneo pueden ayudar a reconstruir la confianza mutua.
Frente al riesgo de que las relaciones de asociación euromediterránea pasen a un segundo plano en las prioridades de la UE y que se centren solo en el control de las migraciones, la seguridad o la lucha contra el terrorismo, Europa debe recuperar su posición de actor clave y reorientar positivamente sus políticas hacia el Mediterráneo sur. En este sentido, la UE debe desplegar activamente y dotar de mayores recursos la nueva Agenda para el Mediterráneo aprobada en 2021, convertir los retos comunes actuales en oportunidades y trabajar en el interés mutuo de la UE y de sus países vecinos y socios mediterráneos. Puede ser un punto de inflexión para hacer de la necesidad virtud.
Es imprescindible volver a conectar con las opiniones públicas del Sur, apoyar las demandas de la sociedad civil y superar las acusaciones de “doble rasero”. Deben impulsarse nuevas vías de cooperación que consigan el apoyo de las sociedades de ambas orillas, sobre todo de los jóvenes. La Asociación Euromediterránea y la PEV deben impulsar decisivamente la modernización y el crecimiento económico, priorizando la creación de empleo y las políticas sociales de los países del Sur. Las energías renovables y la economía verde, pero no solo, son algunos de los sectores por los que apostar. La reconfiguración de las cadenas de valor del comercio internacional y de la inversión industrial constituyen una gran oportunidad.
Estamos, pues, ante un momento clave de reorganización del marco geopolítico regional. Europa necesita un Magreb integrado y estable en un mundo árabe en estabilidad y crecimiento. Para contribuir a lograrlo, Europa tiene que estar a la altura de su papel y ser referente para los países del Sur, como lo fue para el Este de Europa. De no ser así, será la gran perjudicada./