Además del brutal impacto en pérdida de vidas humanas, los atentados del 11 de septiembre van a tener múltiples y duraderas implicaciones; también en la economía. Comenzamos con una valoración de las decisiones tomadas por los responsables de la política macroeconómica de Estados Unidos y de Europa, y las perspectivas para los próximos meses. Los potenciales efectos de los ataques terroristas son de muy distinto orden y deben examinarse tanto en el ámbito microeconómico, circunscrito al análisis de las consecuencias sobre la actividad de empresas y sectores productivos específicos, como en el macroeconómico, viendo su repercusión sobre las economías nacionales.
Más allá del golpe inmediato que algunas empresas sufrieron por los atentados, algunos sectores productivos atraviesan una difícil situación debido a sus efectos, lo que analizamos centrándonos en el de las empresas aéreas. En última instancia, no cabe sino esperar que se produzcan significativas repercusiones macroeconómicas de signo negativo, sobre todo porque los hechos tienen lugar en un contexto de notable deterioro de las principales economías mundiales y tendrán distintos matices en algunos países emergentes que merecen ser estudiados por separado.
A pesar del shock emocional, las autoridades económicas pusieron en práctica inmediatamente una serie de actuaciones tendentes a minimizar el coste económico y el drama humano de la crisis. La Reserva Federal (Fed) instrumentó un recorte de cincuenta puntos básicos en sus tipos de intervención, a la vez que inyectaba liquidez, unos 100.000 millones de dólares, en un claro intento de mantener un comportamiento fluido de los mercados financieros. La medida fue secundada por otros bancos centrales. El Banco Central Europeo (BCE) recortó sus tipos de intervención asimismo en cincuenta puntos básicos, en una actuación coordinada con las autoridades estadounidenses. En las horas en que los mercados de EE UU permanecieron cerrados, la Fed llevó a cabo importantes volúmenes de…