Más allá del miedo de la población o de la política exterior, la capacidad del régimen para soportar la presión se explica por el apoyo de las sociedades urbanas más privilegiadas.
Ha llegado el momento de ponerse serios a la hora de analizar Siria. Tras un año de derramamiento de sangre, nos vemos empujados a repasar los elementos básicos de la política siria para comprender mejor este prolongado enfrentamiento. El aluvión de escritos sobre los levantamientos ocurridos en Siria desde marzo de 2011 hasta este mismo momento parece más dictado por la fluctuación de los acontecimientos y los objetivos de la política exterior que por un análisis riguroso de las bases de la política y de la sociedad sirias.
A falta de trabajo de campo, los posibles méritos estratégicos de este tema recurrente dan paso invariablemente a una interpretación culturalista intemporal que existe sobre todo en los marcos supuestos o teorizados por el analista. Las discusiones sobre la marcada naturaleza represiva del régimen sirio se desarrollan de manera normativa (es decir, la represión es mala) y exclusiva (es decir, se supone que la represión es motivo suficiente para que haya un levantamiento) y, por tanto, ninguna logra explicar el momento elegido para el levantamiento o su naturaleza.
El autoritarismo, o su otra cara, el miedo, no conducen automáticamente a levantamientos masivos por una sencilla razón: los ciudadanos son racionales y, por tanto, piensan en las consecuencias. Cuanto más brutal es un régimen, menos probable es que veamos estallar manifestaciones masivas tras una calma artificial. Intervienen muchos más factores.
Igual de inadecuada es la a menudo burda variedad de argumentos estrechos de miras que se centran en la economía, la pobreza y la corrupción. Una vez más, esos argumentos no responden a cuándo, dónde y por qué se produjeron los levantamientos….