Gramsci redux
Eric Hobsbawm escribió en algún lugar que España, a pesar de haber producido poca teoría política a lo largo de su historia, destaca por su capacidad para poner en práctica las ideas que desarrollan sus vecinos. Es una observación pertinente en relación a Italia. En El laberinto español, Gerald Brenan observa que la Hispania romana produjo “generales, emperadores, filósofos y poetas hasta que Italia apenas parecía una provincia de España”. Algo parecido ocurrió tras la visita de Guiseppe Fanelli, en 1868, cuando el anarquismo se arraigó en suelo español con una intensidad sin paralelos en el resto de Europa.
Casi un siglo y medio después, son las ideas de Antonio Gramsci las que causan furor en España. Su popularidad, cortesía de Podemos, escandaliza a John Carlin, José María Lasalle y Rita Barberá. Es el momento idóneo, por tanto, para leer esta biografía de Giuseppe Fiori, político y periodista sardo (como el propio Gramsci). El libro, publicado originalmente en 1966, lo tradujo en su día Jordi Solé Tura.
Fiori traza un perfil minucioso, alternando la actividad política de Gramsci con detalles de su vida personal. Destaca la narración de su infancia en la Cerdeña rural, con numerosos testimonios de sus hermanos y vecinos. Gramsci crece marcado por la miseria que aflige a su familia tras el encarcelamiento de su padre, enemistado con políticos locales, y sus propias carencias físicas –tiene una joroba y es físicamente frágil–. Desde pequeño muestra una enorme curiosidad intelectual, que le empuja a devorar libros. Y una tenacidad sorprendente: para paliar su debilidad, esculpe esferas de piedra y les inserta mangos de escoba para usarlas como pesas. “Recuerdo que una vez llegó a hacer dieciséis flexiones seguidas,” comenta Teresina, la menor de los siete hermanos (Antonio era el cuarto).
En 1911 Gramsci obtiene una beca universitaria y se traslada a Turín. Allí es donde se desarrolla políticamente, participando en las revueltas obreras del biennio rosso y fundando L’Ordine Nuovo junto a Angelo Tasca, Umberto Terracini y Palmiro Togliatti. Abandona su independentismo sardo en favor de la militancia socialista, aunque en 1921 se escinde y funda el Partido Comunista Italiano junto a Amadeo Bordiga, con quien mantendrá una relación difícil. De aquí en adelante, la vida política de Gramsci consiste en una concatenación de malabarismos: dentro de su partido, permanentemente dividido entre diferentes facciones; en la Italia de Mussolini, cada vez más brutal; y ante la Internacional, cuyas guerras civiles navegará con tacto y coherencia. Fiori presenta a Gramsci como un intelectual profundamente comprometido, pero sobrio y riguroso. Solo se vuelve apasionado en presencia de Julka Schucht, la violinista rusa con quien mantendrá una relación a distancia y tendrá dos hijos, Delio y Giuliano.
El relato de Fiori es lineal, y se echa en falta algo de contexto histórico. La relación con Mussolini, al que Gramsci respetaba en su etapa como director de Avanti!, no se examina en profundidad. Algo parecido ocurre con Togliatti, cuyas tensiones con Gramsci quedan esbozadas nebulosamente. Pero estos defectos se ven contrarrestados por el detallismo del autor en otras cuestiones. Una especialmente importante es el trasfondo sardo de Gramsci. De nuevo Hobsbawm: la experiencia de Gramsci en la Cerdeña rural y el Turín proletario le permitirán anticiparse, en su ensayo sobre la cuestión meridional, a las tesis de la Teoría de la Dependencia.
La policía fascista detiene a Gramsci en 1926, ignorando su inmunidad parlamentaria. En la cárcel, pierde los dientes, contrae tuberculosis, arterioesclerosis y la enfermedad de Potts; sufre el acoso de comunistas que no comparten sus críticas a Stalin, y queda devastado por la ausencia de su mujer, cuya neurosis le lleva a ignorar sus correspondencia durante meses. Las cartas que escribe a sus hijos, interesándose por sus aficiones e inquietudes, son tristes y conmovedoras.
Será en la cárcel, sin embargo, donde Gramsci lleve a cabo su labor intelectual más admirable. En un esfuerzo de inteligencia y tenacidad, escribirá los treinta y dos Quaderni del carcere, entre los que se encuentran sus reflexiones imprescindibles sobre el Príncipe moderno, la guerra de maniobra y posición, la naturaleza del intelectual orgánico o el desarrollo del Risorgimento italiano. “Frente al economicismo marxista”, señala Enric Juliana, el comunista italiano “defendía en los años treinta la importancia de la cultura, los sentimientos y las creencias en los combates sociales y políticos”. Un pensamiento creativo y penetrante, que ha inspirado a ideólogos de izquierdas y derechas.
“Hemos de impedir durante veinte años que este cerebro funcione”, proclamó el fiscal que condenó a Gramsci en 1928. Afortunadamente, fracasó.