La globalización vuelve a estar en boca de todos. La oleada de acontecimientos que ha sacudido la escena internacional (desde el Brexit al ciclo electoral vivido en Europa, pasando por la elección de Donald Trump) ha hecho renacer el debate sobre la antiglobalización o una posible “desglobalización”. Prueba de ello es el freno a la negociación de acuerdos de libre comercio, el avance de opciones nacionalistas, la oposición a proyectos de integración supranacional, el auge antiinmigratorio y la proliferación de planteamientos que rechazan lo foráneo. Estas tendencias no son nuevas, y acompañan al proceso de globalización desde hace tiempo dados los recelos que genera su carácter disruptivo. Sin embargo, tras un 2015 en el que la cooperación multilateral alcanzó importantes avances –como la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el Acuerdo de París sobre el cambio climático o la lucha contra la evasión fiscal bajo el paraguas de la OCDE– 2016 supuso un baño de realidad frente a dicho optimismo. ¿Está la globalización en riesgo de retroceso?
Pese a que las recientes protestas en la Cumbre del G20 en Hamburgo evocan ecos de aquel movimiento antiglobalización de finales de los años noventa (Seattle 1999, Génova 2001), hoy se habla más bien de un backlash (retroceso) en varios países desarrollados: una reacción negativa en amplios sectores de la sociedad que no se sienten partícipes de los beneficios de la globalización. Su fuerza no está tanto en la calle, sino en las urnas, que elección tras elección impulsan opciones de corte rupturista y antiestablishment, de diferente signo político pero similares en su rechazo al internacionalismo y al cosmopolitismo. Tienen en común el objetivo de frenar las dinámicas que han caracterizado la etapa más reciente de la globalización, ya sea en el terreno de la liberalización comercial, en lo relativo a flujos…