La guerra en Siria cierra su noveno año sin visos de concluir. Todas las partes del conflicto parecen inmersas en un círculo vicioso y continúan tomando decisiones erróneas, una tónica mantenida desde el comienzo del conflicto. Con la primavera árabe, el régimen sirio se creyó inmune a la revolución. Transcurridos apenas seis meses del estallido de las revueltas, el presidente Bachar el Asad explicaba en una entrevista en The Wall Street Journal por qué los altercados que habían puesto patas arriba Túnez y Egipto no se producirían nunca en Siria: “A diferencia de Egipto y Túnez, la política exterior de mi gobierno goza de un gran apoyo entre los sirios”, afirmó.
No prestar atención a las señales de la tormenta que se avecinaba condujo a un error de cálculo de graves consecuencias. Además, el recurso a la fuerza letal para sofocar los levantamientos convirtió a los manifestantes pacíficos en milicias armadas, allanando así el camino a una guerra civil en toda regla. La oposición, por otro lado, pensaba que en Siria podría replicarse un escenario parecido al de Libia, y no perdía la esperanza de que interviniera alguna fuerza extranjera para ayudar a derrocar el régimen. La intervención llegó, pero a favor de este. Por último, el conflicto atrajo a combatientes de todos los rincones del mundo, viéndose involucrados decenas de países, convirtiendo la guerra de Siria en un duelo sectario de alcance continental.
Insurgencia, radicalización e intervención extranjera
La temprana etapa insurgente de la guerra civil siria se suele fechar en la fundación del Ejército Libre Sirio, en julio de 2011, por parte de un grupo de oficiales desafectos. Indignados ante la violencia ejercida por el ejército contra manifestantes, en su mayoría pacíficos, estos oficiales organizaron una rebelión contra el régimen de El Asad. La Liga Árabe envió…