Desde el comienzo del conflicto entre Rusia y Ucrania, convertido en enfrentamiento sangriento en 2014, muchos expertos y políticos predijeron el inminente hundimiento de la economía rusa. Barack Obama suscitó el aplauso de los entendidos más respetados cuando proclamó: “Hoy es Estados Unidos el que se mantiene fuerte, junto con nuestros aliados, y Rusia la que está aislada, con una economía destrozada”. Nada de eso ocurrió. A pesar de la recesión, la economía rusa se mantiene a flote, y el PIB solo retrocedió un 0,2% en 2016, mientras que los resultados de 2014 y 2015 se revisaron al alza, a un crecimiento del 0,7% y una contracción del 2,8%, respectivamente. En consecuencia, si se comparan estos resultados con los de 2013, anterior a la crisis de Ucrania, el descenso conjunto parece muy limitado, del 2,3%. Las rentas disponibles reales cayeron más; un 9,5% en comparación con las de 2013, y la depreciación del rublo, cercana al 44%, ha encarecido las mercancías extranjeras para los rusos, pero podría decirse que nada indica que su economía esté a punto de desplomarse.
Las sanciones occidentales, que en 2014 se pensaba que causarían un golpe terrible al sistema financiero ruso, tampoco han tenido un impacto demasiado grave, gracias a la intervención estatal; ni siquiera la drástica bajada de los precios del petróleo, que privó a Rusia de ingresos por exportación del orden de 239.000 millones de dólares entre 2013 y 2016, interrumpió la “actividad habitual” gracias a los enormes fondos de reserva, que se utilizaron pródigamente en 2015 y 2016. Si se compara el efecto de las sanciones recientes con las impuestas a la Unión Soviética en represalia por la invasión de Afganistán, a finales de 1978, se observa claramente que la economía rusa de hoy es mucho más viable que la soviética de…