Tal como se esperaba, en la reunión del 12 de junio entre Donald Trump y Kim Jong-un solo se alcanzó un vago acuerdo en el que el presidente de Estados Unidos se compromete a darle garantías de seguridad al líder norcoreano y a suspender las maniobras militares con Corea del Sur; mientras que Kim se compromete a “trabajar hacia la desnuclearización completa” de la península de Corea.
Sin duda, es una buena noticia que se hayan reunido y que hayan quedado emplazados a nuevos encuentros, pero queda un largo camino por recorrer. Nada se ha hablado de plazos, ni de misiles, ni de verificación, ni si la desnuclearización incluye la retirada de los bombarderos nucleares que EEUU tiene en la base de Guam y de los submarinos dotados con misiles nucleares que patrullan por las costas de Corea del Norte. Para que las negociaciones no se estanquen, Trump y Kim tendrían que haber acordado, en primer lugar, un calendario que les permita seguir avanzando; después deberían fijar unos objetivos mínimos a alcanzar y, cuando estos estuvieran consolidados, avanzar sobre lo ya conseguido. Además, a cambio de ir levantando las sanciones económicas se le debería exigir a Kim el compromiso de no traficar con materiales o tecnología nuclear ni con misiles, a fin de prevenir la proliferación nuclear.
Kim se ha mostrado muy satisfecho por haber pasado de ser un paria internacional a reunirse cara a cara con el presidente de EEUU, algo que su abuelo y su padre nunca lograron. Trump, después de retirarse del acuerdo nuclear con Irán –calificado, en sus propias palabras como “el peor acuerdo jamás firmado”– estaba obligado a demostrar que su amenaza de una respuesta militar “como el mundo jamás ha conocido” le procuraría un acuerdo de máximos y sin condiciones con Corea del Norte….