El intento de golpe de Estado ha aumentado la tensión en las relaciones de Turquía con EE UU y la UE y ha acelerado la reconciliación con Rusia.
La política exterior no es inmune a los profundos cambios que está experimentando Turquía desde el intento de golpe de Estado del 15 de julio. Ankara recalibra prioridades y exige lealtad a sus aliados. Están aflorando viejas y nuevas tensiones y en los próximos meses varios actores tendrán que tomar decisiones trascendentes. Todas ellas vinculadas, de una u otra forma, a dos preguntas clave: si el gobierno turco puede luchar en todos los frentes a la vez y hasta dónde está dispuesto a llegar en el pulso con sus aliados tradicionales.
¿Es Rusia un aliado fiable o suficiente?
La fotografía de la cumbre en el Kremlin entre los presidentes, Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan, el 9 de agosto ilustra un cambio de rumbo. El derribo de un cazabombardero ruso que había entrado durante 17 segundos en el espacio aéreo turco el 24 de noviembre de 2015 había abierto una grave crisis bilateral. El telón de fondo era el apoyo de ambos países a distintos contendientes en el conflicto sirio. En aquel momento, Turquía justificó esta acción argumentando que habían advertido repetidamente a las autoridades rusas que no iban a tolerar más incursiones en su espacio aéreo y convocó una reunión de la OTAN para exhibir músculo ante Moscú.
Rusia afirmó que no respondería militarmente sino con una política de sanciones centradas en el turismo y otros sectores estratégicos que afectaba con especial intensidad a algunas empresas muy cercanas al poder en Turquía. También modificó su política respecto a los kurdos sirios del Partido de la Unión Democrática-PYD (que Turquía considera una franquicia del Partido de los Trabajadores de Kurdistán-PKK), permitiendo la…