POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 159

El presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz con el ex primer ministro de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker (Berlín, 3 de marzo de 2014). GETTY

Frente al escepticismo

Las elecciones al Parlamento Europeo ofrecen a los ciudadanos la posibilidad de emitir un veredicto sobre la gestión de la crisis económica.
Editorial
 | 

Cada elección al Parla­mento Europeo levanta una ola de entusiasmo en gran medida agitado por la magnitud de las cifras: 25 países, unos 390 millones de electores y el hito que supone la existencia de una Eurocámara elegida directamente por los europeos. En esta ocasión, además, las elecciones ofrecen a los ciudadanos la posibilidad de emitir un veredicto retrospectivo sobre la gestión de la crisis económica por parte de las instituciones comunitarias y sus respectivos gobiernos.

No está claro, sin embargo, que el malestar con la Unión Europea, reflejado en las encuestas en un creciente desapego y euroescepticismo en todos los países, vaya a traducirse en mayor participación en unas elecciones tradicionalmente caracterizadas por el desinterés (en 2009, solo un 43 por cien de los europeos votó). Lo que sí recogen todas las encuestas y adelantan los analistas es que el Parla­mento Europeo va a tener más difícil que nunca su trabajo ante la más que previsible presencia de un mayor grupo de partidos euroescépticos –algunos directamente eurófobos– que intentarán minar la Unión desde dentro. Como señala un informe del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, “los euroescépticos no paralizarán la integración de la eurozona pero sí pueden ralentizarla e, incluso, debilitar la legitimidad de la UE”.

Pese al aumento de poderes que el Tratado de Lisboa ha otorgado al Parlamento Europeo, la crisis del euro y la creación de nuevos mecanismos intergubernamentales para atajarla (como la troika) han eclipsado la labor de la Eurocámara. De esta manera, todo el poder que el tratado da a la institución más representativa no ha conseguido corregir el problema del déficit democrático de la UE, y el Parlamento sigue percibiéndose como un órgano débil. Por ello, la perspectiva de una cámara con mayor presencia de grupos críticos o abiertamente contrarios a la Unión plantea un escenario tan complejo como interesante. ¿Servirá esta mayor conflictividad de las discusiones y dificultad a la hora de alcanzar acuerdos para activar el Parlamento Euro­peo y animarle a ejercer todas sus competencias en el gobierno de la UE?

Además, las elecciones de mayo permitirán por primera vez a los ciudadanos influir directamente en la elección del presidente de la Comisión Europea. Aunque algunos países (como Alemania) ya han recordado que siguen teniendo el poder de decidir en última instancia quién encabezará la Comisión, no parece probable que vayan a ignorar el resultado de las urnas. En este número de Política Exterior, los candidatos de los dos principales grupos políticos del Parlamento Europeo, el exprimer ministro luxemburgués, Jean-Claude Juncker, por parte de los populares, y el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, por los socialistas, explican su visión de Europa y sus prioridades.

Teniendo en cuenta la creciente politización de los europeos a consecuencia de la gestión de la crisis, la participación electoral será un dato importante. Si no supera el 45 por cien –similar a la de 2009–, habrá fracasado otro nuevo intento de vencer la apatía y el desapego de los europeos con la Unión.

La crisis ha dejado al descubierto las carencias de la Unión Económica y Mone­taria, cuyo mayor impacto para los ciudadanos ha sido una mayor transferencia de soberanía a las instancias supranacionales a través de instrumentos como el semestre europeo o el nuevo tratado de estabilidad, coordinación y gobernanza. Pero esas medidas no se han acompañado de más controles democráticos. La estructura de la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) y la falta de mecanismos institucionales para su control, es el mejor ejemplo de esa carencia.

La legislatura de crisis que está a punto de concluir ha terminado dividiendo a la zona euro entre países acreedores y deudores, entre norte y sur, entre países ricos y menos ricos, de forma que las instituciones comunitarias han tendido a convertirse en instrumentos de presión en manos de los primeros. Si una alta participación no impide corregir las tendencias tecnocráticas y unilaterales, Berlín y Bruselas reforzarán ese sistema en lugar de ceder cuotas de poder.

Con la elección del nuevo Parlamento Europeo se abrirá la renovación de todos los liderazgos de la Unión: desde la Comisión, hasta el presidente del Consejo y el alto representante para la política exterior y de seguridad. Una renovación que puede suponer el “reinicio” de Europa.