Las proyecciones demográficas y económicas de Europa para 2040 muestran la absoluta irrelevancia de unos Estados europeos fragmentados. Las últimas iniciativas francesas han revelado la falta de sintonía entre los intereses nacionales y los de la Unión Europea.
El retorno de Francia a la escena europea e internacional, largamente esperado, pero algo abrupto, tiene dos caras: una enormemente positiva, que no sólo debería ser bienvenida por todos los socios europeos, sino aprovechada al máximo para impulsar el proyecto europeo; y otra más problemática, que sin duda planteará (en realidad, ya lo ha hecho) algunas tensiones importantes que conviene no ignorar. Por tanto, que Francia vuelve es un hecho. Sin embargo, hay dos preguntas cuyas respuestas no están completamente perfiladas: ¿Qué Francia es la que vuelve? ¿Cómo reaccionará Europa?, es decir, ¿qué combinación de sinergias y fricciones pueden esperarse y cómo deberían encararse?
Por razones obvias, el carácter innovador y abiertamente heterodoxo de la política exterior de Nicolás Sarkozy está generando una atención singular en los países de su entorno. Entre la multitud de textos, discursos, declaraciones y análisis a los que está dando lugar esta presidencia hay, sin embargo, un texto que se antoja esencial: el discurso pronunciado por Sarkozy el 27 de agosto de 2007 ante los embajadores del cuerpo diplomático francés. Ese discurso contiene algunos elementos clave en los que conviene detenerse.
Primero, muestra claramente el carácter transformador (casi revolucionario) de la política exterior de Sarkozy. Nos encontramos ante un intento sistemático de repensar las bases de la política exterior francesa de los últimos 50 años, probablemente un intento de reinterpretar y adaptar para el siglo XXI –de reinventar, en definitiva– el gaullismo (entendido, más allá de los matices ideológicos, como una manera muy ambiciosa de ver la presencia y papel de Francia en el mundo). Desde esa…