La reciente crisis global provocada por el Covid-19 está acelerando profundas transformaciones que tendrán implicaciones trascendentales no solo en las relaciones internacionales, sino en todos los aspectos de nuestra vida social y actividad económica. La arquitectura institucional y económica creada al final de la Segunda Guerra Mundial, que hizo posible uno de los periodos de estabilidad y prosperidad más largos de la historia reciente, estaba siendo ya cuestionada y no precisamente por los denominados Estados revisionistas. La paradoja es que el equipo de demolición del sistema multilateral está encabezado por su fundador y árbitro reconocido hasta este momento: Estados Unidos. Sería injusto achacar a Donald Trump toda la responsabilidad por una crisis sistémica que lleva gestándose desde hace más de una década.
Algunas de las dinámicas que estamos experimentando son el resultado del proceso de globalización y de las carencias del propio sistema multilateral, aceleradas ahora por los efectos de la pandemia. Dicho esto, la frivolidad impulsiva con la que el presidente de EEUU aborda las relaciones internacionales está agravando y acelerando los problemas. Su sabotaje de las instituciones de Naciones Unidas y la Organización Mundial del Comercio, su hostilidad hacia la Unión Europea y su desprecio por la OTAN afectan gravemente a la capacidad de las mismas para responder a los retos que se avecinan.
Los dilemas que pronto tendremos que afrontar no serán ya sobre un mundo unipolar o multipolar, si China puede ser un socio fiable o cuán negativa es la influencia rusa. Lo que determinará nuestro futuro será el predominio creciente de actores no estatales, de los que las grandes plataformas tecnológicas son el principal ejemplo, y la subordinación del sistema económico, social y político a las nuevas tecnologías digitales y la inteligencia artificial (IA). La imposición de estas revolucionarias tecnologías, que condicionarán cuestiones tan relevantes…