Ha pasado algo más de una década desde que la crisis europea de 2009 viera nacer una ola de partidos de extrema derecha en prácticamente todos los rincones de la UE. La burbuja ultra no se ha desinflado, como pudo verse en la cumbre organizada por Vox en Madrid el último fin de semana de enero, aunque tampoco ha arrasado al proyecto europeo como tantas veces se anunció.
La construcción europea no puede explicarse sin contrastes, sin una nota al pie que matice los fenómenos políticos en una organización con 27 Estados miembros. No todo es blanco o negro, a pesar de que las formaciones ultras coincidan en establecer parámetros absolutos sobre casi todo. Lo hemos visto en Portugal: la arrolladora victoria del socialista António Costa ha venido también acompañada de la fuerte emergencia de la extrema derecha, ahora tercera fuerza en un país que permanecía casi inmune a la…