El volumen, la naturaleza y el destino geográfico de la expansión global de las empresas españolas las convierte en un actor potencial clave del desarrollo y de la consecución de la agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Las políticas públicas deben acompañar el proceso.
A pesar del debate sobre su reciente ralentización, en las últimas décadas hemos sido testigos de un proceso de globalización económica que se ha manifestado de distintas formas. Además de los cambios en los modos de producción (como, por ejemplo, la proliferación de las cadenas globales de valor), se ha producido un aumento de los intercambios económicos internacionales: el comercio de bienes y servicios, las remesas internacionales de migrantes y también los flujos financieros y productivos.
El peso de los países desarrollados en el comercio internacional y los intercambios financieros y productivos globales sigue siendo muy elevado. No obstante, desde los años noventa, aumenta el peso de los países en desarrollo (y particularmente de algunas economías emergentes): en un primer momento se incrementa la proporción de inversión directa canalizada hacia países en desarrollo pero, además, recientemente, el denominado Sur global se convierte también en un emisor importante de IED tanto hacia países en desarrollo como con destino en los grandes mercados de consumo europeos y norteamericanos (en este sentido, sirva de ejemplo la emblemática compra de la británica Jaguar por parte de la india Tata en 2008).
El aumento de los flujos de IED hacia el mundo en desarrollo se traduce también en un incremento importante de esta modalidad de ahorro con respecto a otras fuentes de financiación externa. De hecho, la IED es hoy la primera fuente de financiación externa (gráfico 1), con una notable resiliencia en los momentos de crisis, sobre todo si se compara con la deuda externa o con la…