Conocimiento, tecnología y aplicaciones industriales tienen un impacto directo sobre la economía. Instalaciones como el ITER, el CERN o Galileo son ejemplos de la batalla en la UE por los proyectos científicos. Se abre ahora la competición por el generador de neutrones ESS.

En diciembre de 2006 tuvimos ocasión de seguir por la prensa las dificultades de España en la obtención de una estación de seguimiento de los satélites que conformarán el sistema de localización denominado Galileo, la alternativa europea que pretende romper el monopolio que, en esta materia, tiene Estados Unidos a través del sistema GPS.

En una reunión de los ministros de Telecomunicaciones y Transportes, España envió una representación de menor nivel y, en una de las acostumbradas noches europeas de infarto, quedó fuera de la distribución de esas estaciones de seguimiento que se concedieron por mayoría, con el voto en contra de España, a Alemania e Italia. A la mañana siguiente, se arregló el desaguisado comprando el voto español a cambio de reservarle una tercera estación de las mencionadas, siempre que mostrara capacidad técnica para abordar los problemas que su gestión plantea. La decisión por mayoría hubiera sido embarazosa para la presidencia portuguesa de turno, pero el hecho de que estuviera a punto de ocurrir muestra la importancia que para Europa tienen las grandes instalaciones científicas o tecnológicas. Quedarnos fuera habría sido no tanto un desdoro o una ofensa, sino una oportunidad perdida para la industria nacional y para el posicionamiento de España.

Aunque haya pasado algún tiempo, es conveniente no olvidar el caso del ITER. Después de una intensa preparación, tanto técnica como política, y con independencia de que la candidatura española para acoger esta instalación internacional fuera excelente, la decisión final bendijo a Francia como país anfitrión gracias a una pequeña suma adicional para financiar…