La construcción europea contemporánea ha sido una historia de éxito y de optimismo. La amarga experiencia de las dos guerras mundiales, que la propia Europa había provocado, fue una convulsión tal que las naciones europeas decidieron por fin olvidar su perenne y absurda lucha por la hegemonía en un mundo en el que los países europeos no podían tener ya esa aspiración. Ni internamente ni, como se habría de ver en pocos años, en su competición por la dominación colonial de otros continentes. El imparable proceso de descolonización ya en marcha, lo iba a demostrar.
La búsqueda de la paz, la colaboración e incluso la integración como base del progreso, han sido la dirección permanente de la progresiva construcción europea tras 1945. Su unión aduanera, su mercado común y su avance hacia una unión política han producido más de medio siglo de progreso económico y social ininterrumpido. Es el periodo singularmente más feliz de la historia europea, a pesar de las complicaciones menores que han surgido en el camino.
Esta senda de progreso se ha hecho posible también gracias a un contexto internacional en el que, bajo el paraguas protector global de Estados Unidos, Europa se ha convertido en uno de los grandes polos económicos y comerciales del mundo. En su ámbito regional, dentro de la globalidad, Europa ha podido construirse hacia dentro e intenta seguir afianzando su propio espacio regional de progreso y cooperación.
La política exterior de mayor éxito de la Unión Europea ha sido su proceso de ampliación, a partir del núcleo inicial de seis países hasta alcanzar hoy los 27 Estados miembros, más los que vendrán. Más allá de eso, como señaló Romano Prodi, Europa se ha empeñado en la construcción de un círculo de amigos. Hacia el Este, incorporando a los países de Europa Central…