Para Túnez, la década de 2010 estuvo caracterizada por la transición democrática y por un ciclo de crisis socioeconómicas. El recrudecimiento del terrorismo también ha sido un fenómeno sorprendente para la psique colectiva de los tunecinos. Por esta razón, pocos recuerdan esta década como un periodo propicio o de progreso, olvidando a menudo la libertad que consiguieron y centrándose en los problemas que limitan su futuro.
El verano de 2021 parece ser un epílogo a esta época, con sus dos acontecimientos principales: la gran ola de la Covid-19 entre junio y julio y el golpe de fuerza del presidente Kais Said el 25 de julio. La propagación de la Covid-19 se atribuye, en parte, a la mala gestión política. De hecho, a principios de 2020, cuando los sistemas de sanidad de países como Italia y Francia o incluso otros más semejantes a Túnez como Argelia y Egipto sucumbían a las presiones del virus, Túnez se salvó en gran medida. Pero fue a finales de ese mismo año cuando le golpeó una ola especialmente severa.
Una vez superada la primera ola de la Covid-19, los políticos comenzaron a discutir por consideraciones a corto plazo, preocupándose poco por los riesgos económicos y sanitarios que se avecinaban. Por otra parte, la segunda mitad de 2020 vio cómo se consumaba la ruptura entre el presidente, por un lado, y el primer ministro y el jefe del Parlamento, por otro. A finales de la primavera de 2021 llegó otra gran ola. En junio, los hospitales estaban desbordados, los casos diarios se contaban por millares y se producían centenares de muertes cada semana.
El retraso en la campaña de vacunación –Túnez comenzó a vacunar en marzo de 2021– y la falta de vacunas disponibles prolongaban esta situación. La ayuda internacional que necesitaba el país –oxígeno, equipos médicos, vacunas, etc.–, tardaba en llegar. En julio, el país parecía hundirse, sin un capitán al timón. Este es el telón de fondo del 25 de julio. La población, descontenta y deprimida, buscaba una renovación y…