Afganistán, Irán y Oriente Próximo son ejemplos de lo que podría aportar la actuación conjunta entre EE UU y Europa. El Tratado de Lisboa permite una política exterior europea dinámica, pero hace falta una Europa pragmática capaz de relanzar la relación transatlántica.
Frente a lo que muchos predijeron, la llegada de Barack Obama al poder en Estados Unidos en enero de 2009 no se ha traducido en un relanzamiento de la relación transatlántica. Entonces se pensó que la salida de George W. Bush de la Casa Blanca facilitaría un nuevo impulso a una alianza en crisis tras el divisivo episodio de la guerra de Irak. Pero las alarmas saltaron cuando el presidente norteamericano decidió cancelar su asistencia a la cumbre entre la Unión Europea y EE UU, inicialmente programada para mayo, durante el semestre de la presidencia española del Consejo de la Unión. La cumbre tuvo lugar el 20 de noviembre en Lisboa, aunque quedó ensombrecida por la reunión precedente de la OTAN. Para Obama las cumbres con la UE adolecen de una agenda clara. El marcado carácter pragmático del presidente estadounidense encaja mal con este tipo de cumbres, pero sobre todo ha desconcertado a sus aliados europeos.
¿Qué le sucede a la relación transatlántica? ¿Se debe dar por amortizada, como parecen sugerir muchos análisis? La alianza entre europeos y norteamericanos es a día de hoy necesaria y su potencial no debe subestimarse. Conscientes de que su relación no será la única decisiva en un mundo de varios polos, Europa y EE UU deben ser capaces de traducir los valores que les unen en políticas concretas que refuercen su acción conjunta. Su complementariedad es positiva y relevante en destacados asuntos de la seguridad internacional, pero que ello siga así dependerá del esfuerzo por parte de Europa para actuar de forma…