En la última sesión plenaria de la Comisión Trilateral, celebrada en Tokio del 20 al 22 de abril de 1991, se examinó con especial interés y cuidado la situación actual de la nación japonesa teniendo como telón de fondo la crisis irreversible de los regímenes marxistas y la guerra del golfo Pérsico. La sensación generalizada de que estamos empezando a vivir una nueva época histórica obligó a todos los comisionados a cuestionarse de una forma más radical y profunda el futuro de la cooperación trilateral que va a continuar siendo la clave máxima de la estabilidad y el progreso del mundo. Norteamérica (USA y Canadá), Europa y Japón, que representan sólo el 12 por cien de la población mundial, controlaban en la década de los 70 el 60 por cien del producto bruto mundial. En la década actual ese porcentaje, que ya era realmente abrumador, ha crecido ligeramente (60,5 por cien) y su distribución es la siguiente: USA y Canadá el 28,3 por cien (con una pérdida de medio punto con respecto a la década de los 70), Europa el 21,7 por cien (con una pérdida de más de dos puntos) y Japón el 9,5 por cien (con un incremento de dos puntos1. En opinión de muchos de los presentes en la reunión de Tokio esta distribución de la riqueza mundial seguirá estando vigente en las próximas décadas salvo que se produzcan auténticos milagros económicos –posibilidad más bien remota– en la Unión Soviética, en China, en India, en el continente latinoamericano o en África.
En este delicado juego de la cooperación trilateral, Japón es una pieza maestra que ofrece más complejidades y más incógnitas que los otros dos bloques. Su enorme y desafiante poder económico tiene como contraste dos debilidades o limitaciones sorprendentes que merece la pena analizar…