La confusión angustiosa de los europeos –enfrentados por primera vez con una situación aparentemente irreversible que debería pesar gravemente sobre las opciones estratégicas del futuro– se ha puesto de manifiesto en la última Asamblea General de la Unión de Europa
Occidental, celebrada en París el último diciembre.
Por eso me parece esencial plantear un interrogante sobre dos conceptos capitales:
- ¿Cuál es el estado de la cuestión en el amanecer del siglo XXI? O, en otros términos, ¿dónde nos encontramos, desde el doble punto de vista de seguridad y de nuestro peso real en el tablero político?
- ¿De qué medios disponemos para ejercitar una estrategia o, mejor aún, una política europea? Lo cual plantea de lleno el problema del papel de Europa en la era de los imperios y de su trayectoria futura.
El balance de la seguridad europea en el marco de la Alianza Atlántica presenta, como resumen, un catálogo preocupante de lagunas y deficiencias que se han agravado con el paso del tiempo.
Me limitaré al examen de cuatro cuestiones esenciales:
- la debilidad crónica de las fuerzas convencionales, singularmente en términos de efectivos de combate;
- la erosión que experimenta la credibilidad de una respuesta nuclear americana;
- el problema angustioso de las armas químicas y de la enorme superioridad de la URSS en este terreno;
- la inexistencia de una adecuada protección civil.
En lo que concierne al primer punto, es cierto que carecemos, por des- gracia, de los efectivos necesarios para garantizar una defensa válida.
Esta desastrosa y crónica penuria se traduce en la necesidad de atender frentes de combate de gran longitud, con una densidad casi insignificante de combatientes por kilómetro, un dispositivo lineal y el vacío en las retaguardias, vulnerables a toda tentativa de invasión aero o helitransportada.
Es imperativo aumentar considerablemente nuestras fuerzas clásicas. Sin…